Gentilicios alternativos

 


          En contra de lo que pudiera parecer, este escrito no tiene como objetivo burlarse de los miles de gentilicios risibles de los que gozamos en este país.

          Juro que no escribo esto para reírme de los bollulleros, cabañiles, chumillanos, fiscalinos, gamonosos, habeños, jayenuzcos, meanos, nuecinos, papiolenses, retortillanos, salmeroncilleros, singranos, traspindejos, ventosinos, yunclerosos, zumarraganos y demás que pueblan nuestra geografía. Si esto sucede será por carambola.

          Yo, a lo que voy, es a que las desinencias utilizadas para indicar origen son varias y su uso ha sido arbitrario hasta el momento. Y a mi temperamento científico todo lo arbitrario le produce urticaria.

          Se dirá que se emplea la terminación que suena mejor, pero eso es obviamente una falsedad más grande que La Sagrada Familia (cuando la terminen). No creo que nadie piense que, por ejemplo, ‘ventosino’ sea la mejor manera de llamarse y no haya posibilidad alguna de usar otra más elegante.

          Las terminaciones habituales son ‘-eño’, ‘-eno’, ‘-ano’, ‘-ino’, ‘-ense’, ‘-és’, ‘-í’, ‘-ayo’ y no sé si me dejo alguna.

          Ahora, utilizando el bonito arte de la combinatoria (que les juro que literariamente da mucho juego), haremos nuevos gentilicios.

          ¡Venga, niños: todos a jugar con la plastilina lingüística!

          ¿Por qué ‘francés’? Aplicando nuestras herramientas tendríamos, entre otros, los gentilicios franceño, franceno, franzano, francino, francense y francí. ¿No les parece esto una ampliación substancial de la lengua?

          Claro, que no hay que usarlos todos, si no queremos. Podemos elegir, ya que el hombre es un animal con libre albedrío, etc. Cada uno de nosotros puede, desde ahora y gracias a mi invento, espolvorear su discurso con gentilicios originales, en frases tales como:

          «Las estepas ruseñas están llenas de nieve»

          «El café estadounidí es asqueroso»

          «Fidel habló ante los cubinos»

          «Los ingleños parece que llevan todos el mismo paraguas»

          «Los chilanos, argentenses y urugüíes se odian a muerte»

          «Voy a tomarme unos vinos con mis vecinos mexiquinos», etc.

          Así es que ya lo sabéis, queridos madrilinos, barcelonanos, valenceños, cuencanos, guadalajaríes, zamorenses, gaditinos, pontevedranos, ibicíes, coruñeños, alicantenses, realinos, soríes, segovieños y demás que estáis leyendo este libro: como dijo Dylan, «Los tiempos están cambiando».

 

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