Señores: yo no existo.
Bueno, en realidad sí existí hasta hace dos o tres años, en que me echaron de la Wikipedia (y un escritor que no esté en la Wikipedia, pues es como si no existiera).
Lo cuento.
Había una página sobre mí en la tal enciclopedia desde hacía años, pero en un momento dado, un supervisor (o como se llamen los correctores y censores), escudado en el anonimato, decidió que yo no era lo bastante digno de ocupar bits en el ciberespacio y me borró alegremente.
Sonará presuntuoso (y lo siento de veras), pero desde mi primera obra publicada (aparecida en 1990) hasta la fecha llevo publicados 223 libros míos originales y 145 ediciones de libros de otros autores (no miento ni exagero: están listados en Internet y las cifras pueden comprobarse). Pero —según Wikipedia—, pese a haber escrito tanto, yo no soy escritor.
Medio indignado por el desplante que me habían hecho y medio divertido por el absurdo funcionamiento de la fuente de información más consultada del universo (que sepamos), pregunté la razón en un correo educadísimo que les mandé.
Nadie me contestó oficialmente, pero buscando, buscando, encontré en alguna pestaña desplegable el veredicto que aseguraba que yo no tenía derecho a estar ahí.
Tal comentario estaba redactado como no quieran ustedes saber: la construcción de las frases era caótica, la ortografía te producía erisipela instantánea y los acentos brillaban por su ausencia , quizá para dejar sitio a un montón de anacolutos que te ponían los pelos de punta.
Pero el que lo hizo (don «Tira la piedra y esconde a mano», pues su identidad era imposible de averiguar), pese a su penoso nivel en lo que al castellano se refiere, tenía obviamente poder omnímodo para decidir quién formaba parte de la cultura y quién no.
Y yo no formo de ninguna forma.
No es que el asunto me moleste demasiado: la información sobre mi persona y mis publicaciones está en otros muchos sitios y quien quiere ponerse en contacto conmigo no tiene ningún problema para encontrar mi correo electrónico o mi teléfono.
Este asunto me ha venido a la memoria, ya que uno de mis últimos libros aparecidos, Cómo ser culto en diez días, es precisamente una burla de esos manuales titulados cosas como Cien películas que tienes que ver aunque no te guste el cine, Píldoras culturales para los 365 los días del año, Los libros que tienes que leer antes de morirte, etc., y que sirven para que te aprendas de memoria alguno datos que te permitan hacerte pasar por una persona sabia.
En definitiva, estamos hablando de lo mismo: de manipulación.
Leandro Fernández de Moratín, cuando fue director de la Junta de Dirección y Reforma de los Teatros, en tiempos de Carlos IV, prohibió la representación de cientos de obras de Lope, Tirso, Calderón y otros, pero al menos lo hizo a cara descubierta.
Hoy en día, nuestra fama o nuestra notoriedad, nuestra existencia (virtual) o inexistencia están en manos de jueces anónimos.
Así es que si alguien quiere pedirme dinero prestado, ya lo sabe: yo no existo.
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