Sea usted Neruda




Éste es un sistema infalible para convertirse de la noche a la mañana en un poeta ultimísimo y cuyo fulgurante éxito se debe a la falta de criterio de muchos lectores. El sistema es sencillo, repito. Ningún poeta de hoy lo ignora. Consiste en la preparación previa de una serie de términos y su mezcla posterior, como si fuera un cóctel de esos que se supone que se toma la gente con dinero en los chiringuitos de las playas de Hawai.
          El primer paso consiste en tomar diez (o más) sustantivos, al azar. Escogeremos algunos que no suenen a chufla. Por ejemplo: estancia, guante, polvo, sombra, violeta, cielo, muelle, rostro, hoja, fragancia. Ya está. ¿Lo tienen?
          Después, diez adjetivos: azulado, nostálgico, raso, húmedo, invisible, disecado, rupestre, roto, sentimental o los que les apetezca.
          Diez verbos: soñar, hastiar, abrir, viajar, hundir, aventurar, ocultar, temblar, aventar, gustar. Cuanto más imprecisos, mejor.
          Diez adverbios o locuciones adverbiales: lejos, ya, pacientemente, siempre, más allá, de improviso, pronto, a ciegas, con frecuencia, entonces.
          Otros diez nombres: consola, párpado, nombre, lazo, abanico, mapa, espejo, gotera, tela, diploma.
          Por último, diez sustantivos más, precedidos por una preposición: de zafiro, del alma, sin esperanza, desde antiguo, de la infancia, de silencio, contra el pecho, de paso, al oeste, por entre los árboles. ¡Ya están todos los ingredientes!
          El truco de la selección consiste en que los términos no tengan relación ni conexión conceptual alguna entre sí. Que sean de lo más dispar.
          Ahora sólo hay que formar frases, seleccionando de cada grupo el elemento que mejor nos parezca. Si no queremos tomarnos la molestia de pensar ni en eso, podemos escribir las palabras en papeletas e irlas eligiendo, haciendo que el azar trabaje por nosotros.
          Las frases que quedan son así de impresionantemente poéticas:
El rostro azulado oculta siempre diplomas de silencio.
          La hoja absurda sueña de improviso con los espejos de la infancia.
          El polvo invisible se aventura a ciegas por los párpados del alma.
          La fragancia rota se hastía entonces con un nombre contra el pecho.
          La violeta nostálgica tiembla en su abanico de zafiro.
          La estancia húmeda viaja a ciegas por las goteras sin esperanza.

Creo que no son precisos más ejemplos.

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