Biografía
pequeña pero curiosa
Miguel Hernández
(Orihuela, 1910- Alicante, 1942) fue un gran poeta y cristalero que impulsó a
su generación con su aportación de elementos clásicos y sirvió de modelo para
muchos autores posteriores, entre los que arraigó la moda de disfrazarse de
pastor de cabras. Tuvo ideología republicana y como vivió en este país nuestro
tan liberal, acabó sus días en la cárcel.
Fue uno de los más
exquisitos y originales miembros de la Generación del 27 y llevó su
originalidad hasta el extremo de no ser gay, por lo que no siempre se le aceptó
como miembro de pleno derecho de aquel grupo poético. Creció en la huerta del
Segura, donde ríe una huertana y enloquece de hermosura toda la vega murciana. Pasó
sus primeros años en pleno contacto con la naturaleza, observando sus
misterios: las estrellas, el sol, los animales, el ciclo de las estaciones y a
los guardas forestales.
Su humilde origen le privó
de una educación formal, pero el joven Miguel no se atrevió a pegarse con su
origen, por lo que se tuvo que aguantar. Era hijo de un tratante de ganado,
aunque no lo trataba bastante bien, y a los quince años hubo de abandonar los
estudios por orden paterna para dedicarse al pastoreo de cabras desde el
amanecer. Por la tarde las ordeñaba y repartía la leche por el vecindario. Lo
que hacía por la noche, mejor no lo cuento.
Allí, en los montes de la
huerta (?), mientras cuidaba el rebaño, leyó con avidez sus primeros poemas.
Tuvo una formación autodidacta, como le dicen ahora a no tener dinero para ir
al colegio. Leía todo lo que caía en sus manos. Los grandes autores del Siglo
de Oro —Lope, Calderón, Góngora— fueron principalmente sus maestros, sin
olvidar la Guía de ferrocarriles,
tres números atrasados de La gaceta del
apicultor y un ejemplar del Kempis al que le faltaban las últimas páginas.
Un buen día, por no tener
ya más libros que leer, decidió empezar a escribir. Su personal estilo, mezcla
de clásico y moderno y de verde y azul, revolucionaría la poesía castellana.
Tras acabar su jornada
laboral, acompañado por su cabra preferida, frecuentaba la tertulia literaria
del lugar, porque le regalaban algún que otro cigarrillo. Allí conocería a su
amigo y mentor Ramón Sijé. Hasta 1931 no iría a Madrid ni sería reconocida su
calidad artística. Cuando fue, tampoco se la reconocieron.
Uno de sus compañeros de
generación dijo de él: «El pastor-poeta es pastor y poeta por naturaleza. Sus
versos fluyen de su vivida imaginación como la leche al ordeñar.» No sabemos si
esto es un elogio.
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