Valiosísima trascripción de unas declaraciones de Luis Buñuel grabadas por Colás Castán,
vecino y amigo de la infancia del famoso cineasta
Pus sí, señor, que yo soy de Calanda,
ande nació Luisico «el peliculero», como le llamábamos toos. Le hi conocío
dende que los dos éramos dos creaturas y siempre le hi tuvido mucha ley. Juntos
juimos a la escuela; güeno, él iba más que yo. De mozos tamién nos vimos, que
coincidimos en algunas de esas casas con farolillo ande se va de tanto en
tanto.
Me se ha pedío que les
cuente de alguna de sus películas más afamás y hi elegío una cortica, de tan
sólo decisiete minutos, que tié los dimoños en el cuerpo, pero que me paice la
más aparente de toas: ésa que le icen El
perro andaluz, del año vientiocho, aunque el perro no sale, que yo la hi
visto más de cuatro veces y tengo que iciles que el perro no sale.
Al prencipio se ve a un tío mu bruto
con una navajica mu afilá, que paice que va a pelale un melocotón a su novia;
pero no, ¡recontra!, que lo que hace el mu bestia es cortale un ojo a la moza,
que no le había hecho na.
Entonces apaice un hombre
vestío como si juera una monja, que va montao en bicicleta por una calle ande
no hay naide. Y, de ripente, pus va el probecico y pierde el quilibrio, y se
cae de lao y se pega un gachapazo en la cabeza con el canto e la acera que se
quea allí pajarico. Y otra moceta que le ve dende la ventana se baja corriendo
las escaleras y, en vez de dale melecinas u llevale al medíco, pues le abraza y
le da besicos.
Aluego ya la cosa se
complica una miaja, porque hay un hombre enquencle y esmirriau que siente
hormigueo en una mano; tanto, que al enfeliz se le salen las hormigas por un
bujero que tié en la mesma mano.
Viene dimpués una escena
sesual; vamos: de ésas en las que los mozos y las mozas se meten mano cuando
están solicos y naide los ve. El siñor defunto vestío de monja, u otro que se
le paice bastante, presigue a la moza con malas intinciones mientras que suena
un tango, que bien podía haber sonao una jotica. Ella le dice que nones y le
planta cara con una raqueta de tenis; y entonces al otro cuasi que se le pasa
el calentón y empieza a tirar de dos pianos que tién encima dos burros podríos.
A eso le icen el «susrrealismo».
Luego hay más, no se vayan a
creer que too se acaba así. Se pegan de tiros, se abre una puerta y apaecen
deseguía en una playa mu maja. El final de la estoria no me lo prigunten,
porque no me arrecuerdo bien.
Icen que la película es de
las mejores y tamién que es «oniríca» u de delirios, por lo que no hay modo de
entendela. Paece ser que el Luisico se hizo una noche una ensalá de pimientos y,
dimpués de comésela, le hizo mal a las tripas y tuvo pesaíllas. Y se dijo: «¡Diantre! Pus si las
pesaíllas están de moda, con eso e las vanguardias y el Simón Froid, y gustan,
y hay quien quié pagar por velas, ¿no voy yo a ganame unos güenos cuartos con
ellas?» Y eso hizo; y mu bien que hizo.
A la película le
pusieron muchos premios y apaece en toos los libros. Pero, ¡relente!, el perro
no sale, que se lo juro yo.
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