La idea para este escrito sobre la
época de las colaboraciones literarias me la dieron Gabriel y Galán, los dos
famosos e inseparables poetas, y que escribían en estilos muy parecidos. No
eran los únicos. Tenemos otros casos notorios, como Ramón y Cajal y también
Vilanova i la Geltrú, hasta que se divorciaron. (La Geltrú vive ahora en Ibiza,
en una comuna que practica el amor libre.)
Se trata de alabar las virtudes del
cooperativismo literario entre dos y, en cualquier caso, comentar sus
características. Así es que hablaremos de modalidades de colaboración
literaria.
Los
que escriben juntos y también igual, como los hermanos Álvarez Quintero,
que compartían bigote. Patio andaluz, jovencita pizpireta y ¡ya está!: comedia
costumbrista que te crió. Cuenta la leyenda que cuando uno de los dos murió (la
familia no tuvo claro cuál de los dos había sido) el que quedó siguió firmando
sus comedias como «Serafín y Joaquín», por lo que deducimos que o bien tenía un
serio problema de personalidad, o bien se trataba de un único hermano desde un
principio: nunca hubo dos. Y si no eran dos, el que era no era ni hermano
siquiera. En fin: un lío.
Escribía
uno y firmaban dos: como en el caso de los Machado en aquellas insufribles
obras como La Lola se va a los puertos (a hacer con los marineros lo que
todos nos imaginamos), comedias escritas con la aviesa intención de las
Cármenes Sevillas del futuro hicieran películas cinedebarriables. Ya se sabe
que los Machado eran dos: el Machado bueno (Antonio, un pedazo de pan) y el
Machado mano (Manoliyo, señorito andaluz un poco malage). Queremos creer que
estas comedias las hizo íntegramente el segundo y repartió los derechos con su
hermano (con la consiguiente paradoja de que el malo resultó ser un hermano
bueno) o que pidió a su hermano que fuera a registrarlas a la Sociedad General
de Autores, ya que él estaba con gripe en cama, y el otro le traicionó e
insertó su nombre como co-autor sin pedirle permiso (con lo que resultaría que
el hermano bueno, en realidad, era malo). No nos aclaramos.
Escribían
los dos y sólo nos acordamos de uno. Sucedió con gran cantidad de obras
escritas en colaboración por Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández. ¿Y quién
era este segundo Pedro del que nadie sabe nada? ¡A quién le importa! Era un
hombrecillo gris, no tenía bigote como el otro y ni siquiera consiguió que le
mataran en ninguna guerra.
Escribía
uno y luego otro ponía la diversión. Caso de decenas de escritores que
colaboraron con don Enrique García Álvarez, olvidado inventor del astracán, el
tipo más gracioso y más vago nacido de hembra (aunque esto está sin
documentar). Es tradición que recibía a sus amigos en la cama y les invitaba a
meterse en ella para estar calentitos mientras hacían una lectura de sus
escenas. El otro lo hacía, con el traje puesto, y ahí se estaban los dos
escribe que te escribe y planea que te planea. No había nada pecaminoso ahí. Si
el colaborador conseguía tener a don Enrique despierto el tiempo suficiente,
conseguía material cómico de primera para salpimentar sus otrora insulsos
argumentos.
Escribía
uno y cobraban los dos, como sucedió con «Azorín» quien, después de
criticar a Pedro Muñoz Seca, colaboró con él (es un decir) para ganarse unos
duros. Muñoz Seca escribió, «Azorín» cobró y todos tan felices (porque al
primero lo que le gustaba era escribir y al segundo, cobrar).
Otras colaboraciones curiosas:
Escribía uno (Christopher Marlowe) y otro (William
Shakespeare) ponía directamente su nombre y estrenaba.
Escribía uno en castellano (Juan Ruiz
de Alarcón) y otro lo traducía al francés (Pierre Corneille) y lo presentaba
como obra original.
Escribía uno (Leonidas Andreyev: El
gobernador) y otro, años más tarde, cambiaba la ambientación y publicaba la
misma historia (Gabriel García Márquez: Crónica de una muerte anunciada).
Lo peculiar de estas colaboraciones
era que una de las dos partes colaboraba y no llegaba a enterarse de que lo
hacía.
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