Como mientras redacto este libro estoy en la cárcel por un
asunto antiguo, me atrevo desde aquí a decir lo que antes no me atrevía:
Cervantes es un pelmazo y, además, escribe muy mal.
Examinemos algunos tópicos:
El Quijote ridiculiza a la literatura caballeresca y
acaba con ella. Gran inexactitud. ¿Qué
sentido tiene leer una parodia de un género ya desaparecido? Todos los
estudiosos están de acuerdo en que en 1605 ya hacía al menos cuarenta años que
no se leían novelas de caballerías. Escribir por aquel entonces una parodia
sería como si en pleno siglo xxi
se estrenase una parodia de zarzuela, para acabar con el género chico.
El libro es una burla genial. Pero, dice Ortega en Meditaciones del Quijote:
«Seamos sinceros: el Quijote es un equívoco. Todos los ditirambos de la
elocuencia nacional no han servido de nada. Todas las rebuscas eruditas en
torno a la vida de Cervantes no han aclarado ni un rincón del colosal equívoco.
¿Se burla Cervantes? ¿Y de qué se burla?»
Es un libro muy cómico.
Pero las pretendidas situaciones cómicas de la novela se reducen a caídas,
palizas, manteamientos y vejaciones varias. Es el recurso humorístico más antiguo
y más gastado del mundo: caídas aparatosas y tartas lanzadas contra el rostro.
Y los refranes de Sancho no suscitan gran hilaridad, ni por sí mismos ni por su
acumulación repetitiva.
Don Quijote es un símbolo. Pero lo podía haber sido cualquier otro ente de ficción del tiempo.
Don Quijote ha sido un personaje que se ha usado para otros fines porque
«estaba ahí». De no haber existido, el símbolo español del idealismo hubiera
sido cualquier otro. Los críticos y lectores añaden al texto una carga conceptual
que el autor ni sospechó. Prueba de ello es que, al final del libro, su
personaje recobra la razón y se arrepiente, lo que convierte a la obra en un
libro cobarde. Cuando don Quijote se retracta al final de la novela lo hace por
seguir las conveniencias morales de su época.
Es una idea original. Cualquier
mediano conocedor de la literatura sabe que los temas referidos por Cervantes
son los mismos venerables temas inventados por la imaginación indo-europea,
muchos siglos hace. Tanto siglos hace, que los hallaremos preformados en los
mitos originales de Grecia y del Asia occidental.
Su estilo es magnífico. Borges,
que sí sabía de escribir, afirma: «Se le atribuyen dones de estilo que a muchos
parecerán misteriosos. En verdad, basta revisar unos párrafos del Quijote
para sentir que Cervantes no era estilista.»
La lengua de Cervantes es soberbia.
No lo es, sino en extremo farragosa y de difícil lectura, se diga lo que se
diga. Y, lo que es peor, está plagada de tópicos. Un buen ejemplo de las
descripciones muertas, artificiales y trilladas del libro son las del capítulo xiv de la segunda parte, donde se habla
de la aurora, con sus miles de pájaros y sus alegres cantos saludados al
amanecer, y las líquidas perlas y los rientes manantiales y los arroyos murmuradores.
Se ha de pensar en el paisaje agreste, pardo y sombrío de Castilla y luego leer
lo de las perlas de rocío.
Es una historia bien narrada.
Está llena de errores de continuidad. Sancho Panza vende su rucio e
inexplicablemente sigue cabalgando en él al poco rato. El yelmo de don Quijote
se rompe en dos y luego está entero, etc.
Inmortaliza a La Mancha.
También la geografía del libro es imprecisa. La realidad es que Cervantes no es
un topógrafo. El telón de fondo del Quijote es de ficción y una ficción
bastante deficiente. Ventas absurdas llenas de personajes trasnochados, montes
infestados de poetastros y disfrazados de pastores de la Arcadia. Cervantes no
describe los lugares, porque no los conocía, y las andanzas de su héroe por
diversas provincias no se atienen a ninguna lógica.
Es un ejemplo para que nuestros
jóvenes amen la lectura. Falso. Cualquiera al que le obliguen a leerlo en
su niñez protestará y con razón. No entiendo que el libro se considere una
lectura apropiada para la adolescencia y, menos, para la infancia, debido a su
violencia y crueldad. Tomando sólo los primeros capítulos, vemos que un ventero
aloja a un loco para que se rían sus huéspedes, un chico semidesnudo es azotado
por un robusto labrador, un mozo de mulas deja a don Quijote machacado, los
criados de unos monjes muelen a coces a Sancho, unos arrieros apalean a
Rocinante y todo esto tiene que hacernos mucha gracia a nosotros y a nuestros
niños, a los que debemos alentar a leer el inmortal libro.
En resumen: estamos hablando de un
caso de fetichismo cultural, pues ¿qué otra cosa significa que se haya
traducido —amén de a todas las lenguas vivas habidas y por haber— al spanglish?
In un place de la
Mancha, of which nombre no quiero remembrearme, vivía not so long ago, uno de
esos gentlemen who always tienen una lanza in the rack, una buckler antigua, a
skinny caballo y un playground para el chase.
¿Y al latín macarrónico?
In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare
cascos, vivebat facit paucus tempus, quidam fidalgus de his qui habent lanzan
in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat
sicut ánima quae llevatur a diábolo.)
¿Y al código morse? ¿Pueden ustedes imaginarse a los
radiotelegrafistas de la Armada española transmitiéndose unos a otros en puntos
y rayas capítulos de la inmortal obra en sus horas libres?
Y para finalizar de una vez, nos haremos esa pregunta
inevitable que nos ha estado rondando desde hace mucho tiempo: ¿Quién ha leído
el Quijote? Indudablemente es un libro del que todo el mundo tiene
referencias, conoce citas y circunstancias, pero nada más. Son muy pocos los
que lo han leído. Algunos realizaron una primera lectura juvenil, por exigencia
académica. Otros han merodeado por sus páginas esporádicamente, saltándose
capítulos al azar. Hubo quien empezó a leerlo y nunca lo terminó. La gran
mayoría confirma haber ido posponiendo el propósito y, en realidad, ocupa en
los salones españoles un lugar semejante al de la guía telefónica, porque hay
libros que no son para leer: que no se engañe nadie; son simplemente para
tenerlos. Todos los conocemos: Atlas, diccionarios, las recetas de Karlos
Arguiñano, la Biblia... Y dicen que la Biblia no está para ser leída, sino para
creer en ella. Algo así sucede con el Quijote, en cuya calidad creemos
ciegamente, pero que no leemos.
Pero no se trata sólo del Quijote,
porque muchos críticos afirman que en Los trabajos de Persiles y Segismunda
se hallan las mejores páginas que escribió su autor. Entonces, yo me pregunto:
si tanto nos gusta Cervantes, ¿por qué el Persiles no lo ha leído
tampoco nadie?
No hay comentarios:
Publicar un comentario