Ha aparecido un pirobolino, fruto de
la pluma de la poetisa Floriana Roz en el número de diciembre pasado de la
revista Ecos y vislumbres. El texto
del susodicho pirobolino es el siguiente:
Escrujo
aretingado del matilio
fosta
de ger en un matir costumio,
onda
fasca mintada es un perdumio
quinte
costa firando an ostro silio.
No da
no ven bescocio lento quilio,
no ven
no da, piraco en lente fumio,
escopirando
el fulio del legumio
si
arrupa enojes morta el folibilio.
Sope,
pirono tresco vinte coste,
ripo,
cuaranditando un mercapucio
yente
el fito provido cuan no foste.
Achanto
no, boqueta es pasto gucio
si mi
no va paro firar no agoste
chilando
estrojas chulas del berucio.
Lo consideramos un intento fallido, pues al analizar la
composición de la Sra. Roz no tenemos más remedio que destacar que no se trata
de un pirobolino verdadero. Es decir: cumple los requisitos formales para ser
considerado como tal, se atiene a la letra de la definición de lo que es un
pirobolino, pero traiciona el contenido, la esencia. Esto es lo que
intentaremos demostrar en este escrito.
Para empezar, el título es engañoso.
El autor define a su obra como ‘fulaz’, pero no encontramos ni el más leve
vestigio de fulacidad en toda la composición. Es un adjetivo pretencioso, al
que no responde el contenido, que más que fulaz nos parece perimondo, rondando
con la lergocidad. No se le pueden negar, sin embargo, algunos rasgos de
menticismo indudable.
La estructura es plana: no introduce
ningún elemento imprevisto en su desarrollo y todo acaba siendo totalmente
previsible. Por ejemplo: la construcción «no da no ven» del primer verso del
segundo cuarteto, nada más leído, nos hace sospechar que la autora invertirá
los términos como efecto retórico y usará «no ven no da» en el segundo verso
del mismo cuarteto, como así efectivamente sucede. Roz desperdicia aquí una
ocasión de sorprendernos.
El nivel léxico es desigual. Junto a
términos eminentemente cultos como ‘quilio’ o ‘fulio’, emplea palabras
radicalmente coloquiales como ‘folibilio’. Es más, consideramos que el término
‘mercapucio’ es de evidente mal gusto y se halla en el límite de lo obsceno. Lo
mismo puede decirse de la frase ‘chilando estrojas’.
No todo es desechable. Existen algunos
elementos moderadamente dignos de elogio, como son la musicalidad innegable de
algunos pasajes.
En general, el pirobolino nos recuerda
a los de la última etapa de Schöwantingen, en quien quizá la autora se inspira.
Poco aporta, en resumen, la
composición de Roz a este subgénero y nos atrevemos a pronosticar que ésta no
hallará lugar en ninguna antología de pirobolinos. Quizá el autor debiera no
sobrevalorar sus fuerzas y limitarse a escribir esos choscos que tanta fama le
han dado y cuya técnica domina. No estará de más recordar aquí un pirobolino
del mencionado Schöwantingen, de alta calidad, con lo que podemos apreciar más
claramente los fallos del analizado. El título de la composición de
Schöwantingen es Pirucho estrepo:
Pirucho
estrepo el muesto protebundo
coligo
a gestes cloco felibando
si
monto el cuas, pomedas omertando
rentra
ospecos de fulbio elope y undo.
Folibio
si, crotacis tan logundo,
escachirpines
oclos gindurando,
lucio
del pro, metiscos leximando
si
lucendos procrinos del milundo.
¡Oh,
polibilio flux que polibilio
a
tropo meras tenduciendo el salio
confusco
mor de chusces cresto inilio!
Chafosar
en mercubio aristogalio,
si
verme el fato indulca genililio
prestino
apruza el chofo aleste galio.
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