Artículo descriptivo de un experimento en psicomecánica aplicada, publicado
en 1938 en la prestigiosa revista The Monthly Journal of Extremely Useful Scientific Banalities, de distribución gratuita en el metro de
Boulder, Colorado
(NOTA ACLARATORIA.— Esto es un artículo científico; es
decir: pertenece a ese género de escritos técnicos y descriptivos en los que
jamás están bien puestas las comas, porque los redactan gentes que son de
ciencias.)
Gracias (¡de nada!) a la desclasificación de
algunos documentos, después de muchos años de secretismo y polvo de sótano, ha
pasado a ser del dominio público
que un científico reputado —aunque algo calvo— de la universidad estadounidense
de Saint Martin (Churchvalley, Indiana), el Dr. Francis Pilgrim (autor del
famoso libro The Man Who Roasted the Butter, publicado por Penguin & Polar Bear Ltd. en 1927) hizo un
significativo descubrimiento que, por cierto, se olvidó de patentar. (El famoso
industrialista cochero Henry Ford se enteró y lo patentó él, tras robarle la idea
y aplicarla a sus fábricas, forrándose a costa del bueno de Francis.)
Según se deduce de las notas
que quedan entre un montón de borrones, el experimentador percibió en sucesivas
ocasiones que, mientras efectuaba su saturnina tarea de lavar el coche en su
garaje —mediante el procedimiento empíricamente comprobado de echarle agua y
frotar fuerte—, si profería palabras y frases entusiásticas y de sentido
melifluo y agradable, el coche no sólo resplandecía más, sino que luego, en los
días sucesivos, consumía perceptiblemente mucho menos combustible.
Lo primero que hizo el
investigador al descubrir este hecho sorprendente fue tomarse una cerveza
fresquita, acompañada de cacahuetes salados. Inmediatamente después de realizar
esta actividad, rellenó por quintuplicado los consabidos impresos para
solicitar una subvención estatal que le permitiese continuar sus
experimentaciones cóchicas. Conseguida ésta y depositados los apreciados
dólares en el Tricksters Amalgamated Bank de Churchvalley, Francis Pilgrim le
comunicó su descubrimiento a su colega y a la vez compañera sentimental, la
Dra. Hanne Weaver, científica madurita, aunque todavía de muy buen ver, quien,
tras un estudio independiente, llegó a conclusiones similares.
Durante varios meses esta
afamada pareja de científicos churchivalieños sostuvo sus cariñosas peroratas
con un automóvil, que respondió admirablemente. Era particularmente receptivo a
piropos y frases de índole jaleatoria, tales como: «¡Olé los autos
contoneándose!»,«¡Tu chasis está como un tren!», «¡Viva la cadena de montaje
que te produjo!», etc. Cuando, meses después de este tratamiento intensivo,
Pilgrim se dispuso a cambiarle el aceite al auto objeto de sus experimentos, se
encontró con que no hacía ninguna falta.
El siguiente paso de la
investigación, obviamente, era realizar el experimento con música y en
condiciones controladas y monitorizadas como es debido. Así se hizo y los
resultados superaron con mucho las más descabelladas expectativas de la
simpática pareja de investigadores. Se determinó, con un margen de error del
0,3%, que los coches alcanzaban efectivamente mayor velocidad con menor grado
de combustible si escuchaban música de Mozart o de Vivaldi. Johann Sebastian
Bach también servía como sucedáneo. Por el contrario, las canciones de Cole
Porter y Bing Crosby deterioraban más rápidamente y de manera drástica los
componentes metálicos del motor.
Los
doctores Pilgrim y Weaver elaboraron un manual: Car Care [El cuidado del coche]. Pensaban titularlo Hug Your
Vehicle and Sing to It [Abraza a tu vehículo y cántale], pero no les
pareció lo suficientemente breve y sencillo como para que la comunidad
científica lo entendiera. El libro apareció en una editorial especializada en
libros de autoayuda, nunca mejor dicho lo de la autoayuda, ya que era un libro
de ayuda para autos. (Lo lamentamos, pero no hemos podido evitar la tentación
de hacer un chiste con esa frase, por más que algo pedestre, lo reconocemos.)
Basándose en este
descubrimiento ya un poco pasadito, el prestigioso Saint Martin Technical College
—que, por cierto, acaba de repintar su fachada, que estaba ya hecha un asco— va
a iniciar el próximo año un estudio sobre el influjo del hilo musical que se
escucha en las cadenas de montaje de diversas firmas automovilísticas. Cuando
se publiquen los resultados, sabremos por qué demontres unos coches funcionan y
otros no.
La pareja de investigadores a la que
nos hemos referido estuvo a punto de obtener el Nobel de Física por sus
hallazgos. (El Nobel de Física de 1939 le fue otorgado a Ernest Lawrence, por su
invención de una funda totalmente impermeabilizada para poder guardar los
ciclotrones sin que se oxiden.) En su momento, les
hicieron a ambos hijos adoptivos de la parte norte de Churchvalley y les
invitaron a ir a Disneylandia en régimen de habitación doble con desayuno. Pero
hubo, sin embargo, implicaciones terribles a su descubrimiento.
Pilgrim dejó apuntada la
idea de que gran cantidad de accidentes por fallos mecánicos se debían a la
música que sonaba en un momento dado en la radio del vehículo. Esta posibilidad
está aún por estudiar.
O sea, que en el futuro es
posible que, cuando se hable de los accidentes habidos durante un fin de semana
cualquiera se diga: «Han muerto en las carreteras 97 personas. En un 43% de los
casos, la causa fue el alcohol. En un 27%, los responsables fueron las
canciones de Madonna».
En cuanto a Henry Ford y a
sus herederos, siguen lucrándose de la innovadora técnica del Dr. Francis, porque
los EE.UU. son el país de las grandes oportunidades.
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