Cómo escribir epitafios sin conocer al muerto



Mi invento del epitafio polivalente me va a acarrear fama imperecedera, porque ser escritor de epitafios es una profesión con muy poca competencia. A todo el mundo le gusta un bonito verso sobre las lápidas bajo las que descansan de ellos sus seres queridos.

El sistema que yo empleo y que les aconsejo, queridos lectores, consiste en el empleo de un verso standard, con variaciones substituibles, según la idiosincrasia del finado. Véase:
   
¡Oh, Muerte,
que con tu guadaña fuerte
al hombre dejas inerte!
¡Oh, Parca,
que al mendigo y al monarca
les haces cruzar la charca!
Ignacio
hacia el celestial palacio
se nos marchó muy despacio.
Por eso,
en un doloroso acceso,
hago este verso ex-profeso.

Ésta es la matriz. Ahora, para distintos clientes, sólo hay que sustituir los versos en negrilla, por el adecuado al nombre del muerto. Se pueden hacer alusiones al carácter del finado. Por ejemplo:

Felisa
estaba muerta de risa
siempre que no estaba en misa.


David
era de Valladolid
y socio del Real Madrid.

O bien se pueden describir las circunstancias de la muerte, que es lo más recomendable:

Benito
debido a un cortocircuito
se quedó quemado y frito.

Arturo
para salir de un apuro
se pasó con el bromuro.

Alberto
se quiso hacer un injerto
con un doctor inexperto.

Gerardo,
que era valiente y gallardo,
murió presa de un leopardo.

Vicente
falleció instantáneamente
en un trágico accidente.

Alejo
no tuvo un fin muy complejo:
murió porque estaba viejo.

Felipe
finiquitó de una gripe
sin que nadie se lo explique.

Francisco
murió de comer marisco
con el hígado hecho cisco.
       
Etcétera.

(Ahora, si quieren y tienen humor, pueden escribir aquí debajo su nombre y lo que les gustaría que pusiera su lápida.)

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