Stanley Kramer, 1967
Aquí cuento
una película
famosa de
Stanley Kramer:
la que se
llama Adivina
quien viene
esta noche. Salen
la Hepburn,
Sydney «Poatier»
y también
Spencer «Tracey»
o «Treisy» o como se diga.
¡Vaya un
título intrigante!
La tesis que
el film pretende
transmitir
al respetable
es que,
aunque pretendan serlo,
ya no quedan
liberales;
porque
cuando llega un día
la hija a
casa de sus padres
a
presentarles a un novio
del color
del azabache,
quedan ambos
boquiabiertos,
se les
congela la sangre,
sienten
dolor en el píloro
y frío en
los genitales,
y se
arrepienten de haber
educado en
ideales
no racistas
a su hija.
Pero ¿qué han
de hacer? Ya es tarde
para
arrepentirse de ello
por más que
les desagrade.
Aún les
queda una esperanza:
si el negro
fuera un pillastre,
un inculto,
una hez social,
pues podrían
descartarle
en ese casting
de yernos.
Pero el
recurso no vale,
porque resulta
que el negro
ha sido en
siete hospitales
un médico
muy famoso
y de los más
importantes,
y gana todos
los meses
muchos miles
de «doláres».
Además,
tiene cien títulos:
licenciaturas
y másteres
que le
acreditan de hombre
muy capaz y
muy yernable.
Spencer Tracy
se encuentra
atascado en
un impasse:
por un lado
el negro es O.K.,
es educado y
amable,
es guapo,
sus dientes son
un anuncio
de «Colgate»;
además,
Tracy presume
de respaldar
todo avance
social y de
ser muy «progre»
todos los
lunes y martes.
Pero, por el
otro lado,
sus
instintos despreciables
le hacen
preferir la horchata
a un tazón
de chocolate
y no quiere
tener nietos
parecidos a
su padre,
porque una
cosa es ser «progre»
y otra cosa
es que se encame
tu hija con
un negro de ésos
tan famosos
por sus partes.
Va pasando
la película
sin que el
argumento avance.
Llegan los
padres de él,
cenan, se
les hace tarde,
urge decidir
si dan
venia para
que se casen...
Si esto
fuera de verdad
Tracy le
largaba un cate
al negrito y
le ponía
de patitas
en la calle.
Pero como es
una «peli»
hecha en
Hollywood (Los Ángeles)
el final
feliz es un
requisito
indispensable.
Así es que,
al final del film,
Tracy se
pone tratable
y les da su
bendición.
Se dirán:
¿por qué lo hace?
¿Por qué
cambia de opinión?
El guionista
no lo sabe.
Lo hace y ya
está. El film acaba
a punto del
mestizaje:
la rubita
está contenta,
el negrito
se relame.
Serán
felices y co-
merán
perdices y hojaldres.
Moraleja: el
alma humana
es un abismo
insondable
y en
entender sus misterios
Freud fue
sólo un principiante.
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