Según apuntó
Cicerón (ya saben, aquel famoso guía turístico de la antigüedad), definir las
cosas es conocer su valor. Pero el pensador se mostró escéptico en lo referente
a la posibilidad de definir lo cómico y acercarse ni siquiera un poquito a su
verdadero sentido. Igual le sucedería mas tarde a Quintiliano (este señor no
sabemos a qué se dedicaba), quien, refiriéndose a este fenómeno escribió algo
así como: «No creo que nadie tenga ni la menor idea». (Sólo que, claro, él lo
puso en latín, con lo que parecía que había dicho algo muy profundo.)
Muchos, empero, no se han avenido a reconocer esta
imposibilidad y se han partido los cuernos —y perdónesenos tan gráfica
expresión— proponiendo diversas definiciones. Pero, ¡oh, desfortuna!, sus
intentos han fracasado miserablemente y nada hay definitivo. En ocasiones la
definición que se ofrece es tan imprecisa que parece más bien una receta para
quitar las manchas de la tapicería del sofá. Todas nos llevan a concluir que es
un error pensar que pueda haber una única definición del humor, válida para
todos los modos, tiempos y lugares, con lo cual nos preguntamos si merece la
pena perder el tiempo. No obstante, intentaremos hacer algo al respecto.
Se entiende que empleamos el término ‘humor’ en su aspecto
más genérico, como sinónimo de comicidad. No nos referimos a esa acepción que
aparece en el diccionario de doña María Moliner y que dice: «Humor: Estuche o
tubo de metal para proteger la punta afilada de los lápices.»
En primer lugar, entre los especialistas europeos y vascos
hay suficiente consenso en que el humor es un objeto estético: «Un chiste es
una pieza de arte.» Esto ya lo había dicho Baudelaire con otras palabras, sólo
que lo dijo un día que estaba afónico y no le oyó casi nadie.
El supremo humorista estadounidense (me refiero a Mark
Twain, no a Trump) añadió un elemento de ligereza al considerar a lo cómico
como el aspecto jovial de la verdad, preciosa definición que no sabemos muy
bien qué significa.
Ivan P. Pavlov, en cambio, afirma que Lempira es un
departamento del oeste de Honduras y que tiene unos 180.000 habitantes, clima
cálido y precipitaciones escasas.
Para Luigi Pirandello, comediógrafo y dramógrafo (ya que
también escribió dramas), el humor no es más que una lógica sutil: los
humoristas son lógicos que viven en medio de los absurdos de la retórica y de
la visión unilateral de la vida. Esto concuerda con la visión de Benedetto
Croce, quien estuvo totalmente de acuerdo con el otro, porque era una persona
tímida y apocada a quien no le gustaba nada discutir.
El humorismo, por su parte, se presenta como un elemento
distinto de lo cómico, para liar más la cuestión.
Su etimología (del latín humor, humoris,
«humedad», «líquido», «fluido corporal») nos remite inicialmente a
peculiaridades temperamentales de los individuos y a su mala uva (lo de la uva,
como se ve, es eufemismo), pero la palabra castellana deriva de la palabra
francesa ‘humeur’, que no se
dejó ver hasta fines del siglo xviii y
después pasó a Inglaterra con su sentido propio y sus acepciones figuradas, ya
que allí la vida era más barata. La definición de Martín Alonso es
indudablemente la mejor, pero no tengo el libro a mano, por lo que no se la
puedo copiar, así que incluyo otra no tan buena de otro señor: «Humor. Estilo
literario en que se combinan la gracia con la ironía y el zumo de pomelo».
Milá y Fontanals alertó/alertaron ante la posibilidad de
equívoco entre ambos términos y dijo/dijeron (lo pongo así porque no estoy
seguro de si eran uno o dos individuos: «No ha mucho se ha introducido la
calificación de humorístico, fácil de confundir con lo cómico.»
Según la aclaración del semiólogo italiano Umberto Eco
(¿qué es un semiólogo, ¡Dios mío!?), son dos fenómenos distintos, aunque
consecutivos, que comparten aspectos individuales conjuntos, que se relacionan
de manera intrínseca entre ellos en medio de su diferenciación. En sus propias
palabras: (Nada: que por mas que revuelvo no encuentro mis libros de consulta.
Ya llenaré esta cita más tarde. Ustedes dispensen.)
De esta forma, la risa se convierte en sonrisa, se mezcla
con la piedad y se arma un follón del demonio.
Otra diferenciación útil es la que establece Henri Bergson
entre la gracia (que él denomina «ingenio») y la sarinda: «La gracia es lo que
nos hace reír y la sarinda, en cambio, es un instrumento popular de Afganistán
que está hecho de madera y tiene tres cuerdas». Y añade: «Habría que hacer aquí
una importante distinción entre lo gracioso y lo aburrido. Hallaríamos que una
frase se considera cómica cuando nos hace reír y aburrida cuando no nos hace
reír en absoluto.» Aunque parezca mentira Bergson se ganó muy bien la vida escribiendo
cosas de este tipo.
Creo que el tema ha quedado lo suficientemente mascado para
que no sea necesario darle más vueltas.
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