Reseña de «Más que menos da una piedra», de Enrique Gracia Trinidad

 


 

Enrique Gracia Trinidad: Más que menos da una piedra. (Aforismos, greguerías y otros artefactos inmateriales), Detorres Editores, Córdoba, 2025, 78 págs.

  

Dice el autor que la poesía no existe para tocar temas elevados, sino para elevar cualquier tema y esta es una de esas frases que deberían grabarse en titanio y enviarse al espacio para que esos extraterrestres que nos desprecian (razón por la cual no vienen por aquí) tengan algo por lo que admirarnos.

Porque, en efecto, ese es el primordial objetivo de prácticamente todas las artes y, en especial, el de la escritura en cualquier género. Enrique lo sabe y escribe sus libros —sean estos poéticos, ensayísticos o paremiológicos (como en este caso)— con ese firme propósito y siempre con acierto y éxito.

Muchos conocen y admiran ya la faceta de poeta del autor. Pero un verdadero artista como Enrique lo es sabe desenvolverse con acierto en todos los géneros (y como debe ser: ¿admiraríamos a un pintor que solo pudiese pintar bodegones y nada más?) Así es que aquí nos muestra otra cara nueva de su personalidad: la del (permítasenos decirlo así) «maestro sintetizador», pues a su experiencia de la vida añade su dominio del idioma, que es, en definitiva, nuestra verdadera patria, pues de nuestra lengua no pueden privarnos ni desterrarnos. Y la sintetización del mensaje no es fácil, créanme. Es necesaria gran habilidad para resumir y condensar lo que queremos transmitir. Siempre se ha hablado de aquel escritor que sabía tan poco de un tema que, para explicarlo, tuvo que escribir más de cuatrocientas páginas. Aquí ocurre lo contrario y por eso recalcamos esa verdad que saben bien los que se dedican a esto: se escribe con gran dificultad lo que luego se ha de leer con gran facilidad.

Por ello, el aforismo (o como queramos llamarlo) constituye la esencia de la literatura. En él, la economía de medios se pone al servicio de la memoria, pues este género no está para devorarlo con premura, sino para rumiarlo, degustarlo meditarlo y sacarle el máximo provecho. Cada uno lee y piensa a su propio ritmo, pero la calidad y profundidad de cada una de las reflexiones del autor puede darte muy bien para estarte no menos de treinta y seis horas no pensando en otra cosa.

El libro es, por ende, uno de esos que te alegras de haber encontrado y de tener, de esos que prestas a tus amigos más queridos con el deseo de que ellos también se aprovechen de él y lo disfruten (y que, como no te lo devuelven, te obligan a hacerte con otro ejemplar), de esos que al acabar de leerlos (y que Salinger me perdone la apropiación) te dan ganar de llamar al autor por teléfono, de esos que te acompañan durante toda tu vida y hacen mucho más por ti, por tu inteligencia, por tu carácter y por tu placer que la mayoría de los humanos con los que te topas.

El escritor es humilde al entregarnos su regalo, que versa sobre lo divino, sobre lo humano y también sobre lo divino que a veces se encuentra en lo humano. Y es generoso también con su aprendizaje vital, que muy bien pudo haberse guardado para él. Pero no nos extraña: ambas virtudes suelen ir de la mano. Nos ofrece sus más valiosas reflexiones para beneficio nuestro. Y lo hace con poesía, con humor, con cultura, con elegancia, con retórica. Citaría algunas de estas margaritas del prado de la imaginación, pero eso sería trampa, pues estaría embelleciendo esta reseña con palabras ajenas. Tendrán que creerme bajo palabra cuando  les digo que aquí encontrarán hermanadas a la verdad y a la exquisitez.

Una de las secciones se titula «Metaforismos» y es un acierto, pero tendríamos que buscar un denominativo más amplio para estas frases que muestran un estilo personalísimo. La inercia nos lleva a bautizarlas como ‘graciatrinidades’ (lo siento, querido tocayo, pero los términos ‘gracias’ y ‘trinidades’ ya están cogidos en otro contexto). Aquí seguro que peco yo de imprudente y que el autor tiene pensado (y probablemente desde hace mucho) un término mejor para estos bombones en los que el sabroso chocolate de la palabra da paso al intenso licor de la sabiduría. 

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