John Updike,
el aclamado novelista, cuentista, poeta, ensayista, conferenciante y ganador de
un premio Pulitzer, al parecer no tenía bastante con todo el dinero que ganaba
y aceptó, además, el bien remunerado encargo de confeccionar una lista de las
diez mejores obras literarias de todos los tiempos para el Almanaque Mundial.
A esto le llamo yo avaricia.
El fallo de este ejercicio estriba en que John Updike fue
un novelista de éxito que estaba siempre escribiendo y, por lo tanto, nunca
leía nada, porque no tenía tiempo materialmente. Así es que no entendía de
lectura y elogió diez obras muy dudosas, por no decir algo más feo. Y en lo
referente al Almanaque Mundial, cuanto menos se hable, mejor.
Estas diez
obras elegidas son (y no me lo estoy inventando):
La Summa Theologica, de Tomás de Aquino.
¿Cómo? Debo
de haber leído mal. ¿No se trataba de obras «literarias»? ¿O es que Updike
entendía por «literario» todo aquello que tuviera letras, como esos catálogos
de empresas que te traen helados y empanadillas congeladas a tu domicilio?
La Divina comedia, de Dante.
Esta obra ya no tiene ningún sentido ni utilidad, desde que
se descubrieron el diazepam, el lorazepam y el tetrazepam, que inducen
perfectamente el sueño y casi sin efectos secundarios.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Cervantes.
Sobre esta inmortal y aburridísima obra huelga todo
comentario. Los que han intentado leerla, ya saben que es inaguantable. La
opinión de los que la elogian sin haberla leído no tiene ningún valor. Y los
que la han leído y les gusta... ¿pero para qué vamos a hablar de irrealidades,
no les parece?
Todas las obras de Shakespeare.
¡Hala! ¡Qué bruto, el Updike! Como se ve, aquí no se trata
de crítica y selección literaria genuinas, sino de corrección política y de
quedar bien. Shakespeare tiene cosas muy buenas y otras muy malas. Habría que
elegir. Listar todas las obras equivale a no querer comprometerse diciendo que
alguna de ellas no es tan memorable como las otras. Y el Updike no quiso
enfadar a ningún sajón, que eran a fin de cuentas los que le compraban.
Cándido, de Voltaire.
No está mal la novelita, pero no es para dar saltos de
júbilo. Si queremos una novela simbólica de verdad, nada mejor que la olvidada El
criticón, de Baltasar Gracián. Pero a mí Voltaire me cae muy bien, por lo
que no protestaré.
Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, de Gibbon.
¡Eh! Vamos por partes. Éste es un gran libro de historia,
lleno de verdades. Pero no es literatura creativa propiamente dicha. Si el
criterio de calidad es que algo sea verdad, entonces lo mejor y más perfecto
que se ha escrito nunca es la tabla de multiplicar, que no tiene ningún fallo.
Guerra y paz, de Tolstoi.
Yo, con esta obra, siempre me hago un lío con los
personajes. Porque en el primer capítulo hay una fiesta y allí se presentan
demasiados señores, a los que el autor les llama unas veces por el apellido,
otras por el nombre de pila, otras por el título, otras por el apodo... Te
quedas sin saber quién es quién. Y es obra aburrida. Ni siquiera te queda la
opción de ver la película para enterarte, porque la película es más aburrida
todavía.
Demonios, de Dostoyevski.
Otro ejemplo de cómo la profesión de antólogo se reduce a
copiar a los antólogos anteriores. Cualquiera que haya leído al «ruso
condensado» sabe que Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo, Humillados
y ofendidos o El idiota son mucho mejores que Demonios, ¡qué
demonios! Pero Updike tuvo que dárselas de listillo y mencionar la menos leída
y más rara de todas las novelas, para diferenciarse del vulgo y poder así
ponerse un chaleco blanco sin desentonar.
En busca del tiempo perdido, de Proust.
¡Hombre, menos mal! Esta obra nos gustará o no, pero sí
supuso un cambio original frente a lo que se estilaba entonces.
Ulysses, de Joyce.
¿Conocen ese chiste tan malo?: «—¿Qué tal día hace? —No lo
sé: hay tanta niebla que no se ve el día que hace.» Pues esto es igual. No sé
si esta obra es buena o mala, porque nunca la he conseguido leer entera. Me lo
impide un mecanismo de defensa que pone en marcha automáticamente mi cerebro y
por el que le estoy muy agradecido.
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