Reseña de Providencia, de Luis Rafael

Luis Rafael: Providencia, Editorial Verbum, Madrid, 2025, 542 págs.


 

         En esta saga familiar que abarca desde los lejanos tiempos de Felipe II hasta la Cuba actual, el autor consigue de manera habilidosa cautivar al lector con las fortunas y los infortunios de una estirpe que sirve de testimonio a los cambios que sufre su finca, que no es sino un símbolo declarado del país en el que se ubica.

          Providencia —ese es el nombre de ese terreno que contempla las vidas de varias generaciones de la familia Pellejero— es un lugar enclavado entre la magia del trópico y su dura realidad social y política. En torno a Providencia se aúna a la vez la más apasionante narrativa y la más crítica de las visiones de un rincón del mundo donde se ha vivido la historia de una manera tan dura y tan intensa.

          La primera parte del libro nos retrotrae a la fundación de la estancia, por un indiano sin retorno de estirpe judía que ha de abandonar su lugar de origen para escapar a las persecuciones de la Inquisición española. Ya en tierras americanas, Rafael Pellejón —patronímico alusivo al oficio de curtidor de sus mayores— inicia una aventura de siglos que sus descendientes continuarán y esta acción no deja descansar al lector, que salta de página en página atrapado por la sugestiva capacidad narrativa de Luis Rafael Hernández. Vemos enlace del patriarca con una gallega que llega a la isla de «el barco de las mujeres». Conocemos a sus descendientes: Rafael Felipe, Felito, Carlos Rafael y otros. Asistimos a la construcción de la hacienda familiar y a los inicios de sus negocios tabaqueros y, más tarde, azucareros. Advertimos la continuidad del clan y cómo las vivencias de los mayores afectan a sus descendientes, todos ellos personajes perfectamente construidos, con sus rasgos humanos y sus inevitables contradicciones. Nos conmovemos con sus angustias y nos alegramos de sus etapas de prosperidad, pues el autor sabe muy bien cómo contar una historia, qué decir y qué omitir, pues el secreto de un gran narrador es precisamente ese: saber elegir.

          Este marco argumental que cubre distintas épocas sirve perfectamente para una cuidada elaboración costumbrista que nos adentra en las tradiciones locales, en las creencias, en el desarrollo y práctica de los oficios, en la alimentación, en las rutinas de las gentes de aquellos tiempos cambiantes y también en la terrible realidad de la esclavitud y las patrióticas motivaciones de los mambises. Hallamos peripecias varias, crímenes, sacrificio, afanes de independencia y, sobre todo, lo que podríamos denominar «movimiento escénico», esto es: acción, cambio, imaginación, creatividad y sorpresa. Este libro de grandes dimensiones está planificado y realizado con éxito como una obra mayor, como una conjugación de plurales.

          La segunda parte nos lleva a la Cuba moderna y aun inmediata —patria del autor—, sabiamente retratada mediante el empleo del tiempo verbal del presente. Las revoluciones, las migraciones y el mestizaje, las relaciones del país con la Unión Soviética, las tensiones internacionales e internas, las convulsiones sociales en tiempo de Fidel Castro, la pregunta de su población sobre su identidad, todos estos acontecimientos hallan cabida en esta narración de la que la familia protagonista es testigo y a la que influyen directamente. La novela sirve perfectamente para conocer la cruda realidad de un lugar sobre el que tantas versiones espurias se han dado, sin perder en ningún momento su calidad de ficción. El siempre valido principio horaciano de «Docere et delectare» se cumple aquí a la perfección.

          Y la otra faceta de obligada mención es la belleza de la palabra, pues no en vano el autor lo es asimismo de poemarios de gran elegancia. Aquí, a la hora de realzar sus textos, Luis Rafael ha tenido la ayuda de Cuba misma, que por su hermosura se presta en gran manera a la sinestesia. En un estilo descriptivo modernista, el novelista nos transmite los colores, la musicalidad, las fragancias, la esencia de los lugares descritos, la impresión sensorial de un entorno en el que la naturaleza está siempre presente, como un personaje más que se asomase a las páginas para contribuir al relato. Una finura descriptiva y un controlado equilibrio entre diálogo, descripción y narración argumental caracterizan este ambicioso libro que cumple desde luego y sobradamente con el objetivo del autor de combinar verdad y belleza.

 

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