Hablemos del doctor Casas[1] y de House, serie de médicos que se emitió en España algunas noches y que muchos vimos, como mal menor ante la opción de los programas nazis (esos que se dedican a encerrar a los subnormales en alguna casa o isla para hacer con ellos algún experimento).
Cuanto más atención pusimos en la serie, más nos saltaron a la vista sus defectos y particularidades. Enumerarémoslos (¡Huy, qué giro más raro!).
House (médico loco y genial, pero que el noventa por ciento del tiempo roba su sueldo) tiene un equipo de doctores jovencísimos. Este cliché estadounidense nos fastidia: si no eres experto mundial en algo a los veintidós años, tu vida es un fracaso y ya puedes ir haciendo las maletas en irte a hacer gárgaras.
House es un personaje complejo, al parecer. Queremos decir con esto que está copiado de varios. Es una mezcla de Sherlock Holmes (se pincha morfina cuando se aburre por falta de casos), Robinsón Crusoe (no se afeita la barba), el Cid Campeador (no se lava), la madrastra de Cenicienta (es antipático como él solo), etc.
House es un tacaño. porque debe de ganar una pasta y no se compra camisas nuevas, como hacen continuamente los de su equipo.
House no lee ni consulta notas, ni busca en Internet. No se actualiza: todo lo que sabe lo sabe ya de antes; no precisa aprender más. Es una enciclopedia viviente (a esto se le llama también «arterioesclerosis intelectual»).
Los tecnicismos de sus diálogos no se los salta un gitano. House le exige a su equipo, por ejemplo:
«—A ver: un diagnóstico diferencial.
»—Puede ser cotopsicoendiosis crónica.
»—No, porque tiene los transbutazones muy altos.
»—Eso no encaja con un cuadro de mepatopatía súbita del filogastrio.
»—Hagámosle una resonancia ortobuzónica.
»—Ni se te ocurra: eso dispararía sus niveles de mitolitosis y podría producirle una vascogalgia con retinosidades calcipirientes.
»—¿No podemos hacer nada? Sus filecos se incrementan por minutos.
»—Suministradle proxibetapitos por vía oral; eso contendrá la citosis y nos dará tiempo para averiguar qué es lo que tiene.
»—¿No podría ser el Síndrome de Myers-Brun?
»—Muy bueno. Eso explicaría la fenoscilia del píloro. Dadle butaceno.»
En resumidas cuentas: era una serie llena de defectos médicos y narrativos.
Y, sin embargo, nos gustaba. ¡Oh, paradoja!
¿Qué será, mamita, lo que tiene el negro?
Porque ya dijo William Somerset Maugham que, para escribir ficción, cualquier tipo de ficción, había que respetar tres reglas especialísimas y totalmente imprescindibles.
Pero también dijo que nadie sabía cuáles eran esas reglas.
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