Ab ovo (Desde el huevo) o la importancia del mito


 

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ándole vueltas y más vueltas a la curiosa pregunta de si los mitos sirven absolutamente para algo, hemos llegado a desarrollar esta bonita ucronía de uso público, que ponemos a disposición de los lectores para que, con un mínimo esfuerzo intelectual, puedan presumir de cultos ante sus amigos. Solo tienen que memorizar lo que insertamos a continuación (o apuntárselo en un papelito) y, disimuladamente, leerlo mientras sacan el tema en cualquier sobremesa. Es todo lo que necesitan para lograr fama de intelectuales con mucha «vida interior».

La leyenda

El dios Júpiter tonante —que ya sabemos todos cómo se las gasta— se transformó en cisne en cierta ocasión para beneficiarse a Leda, reina de Esparta y ninfa guapetona donde las hubiera. ¿Y qué sucedió luego? Leda, fecundada por el dios, puso un huevo redondo, del que surgió Helena, de mítica hermosura.

El problema

¿Y si Júpiter tonante se hubiese estado quietecito?

Concatenemos:

Si Leda no hubiera puesto un huevo, no habría nacido Helena. Su belleza legendaria no habría sido ni legendaria ni nada. Siendo más bien feúcha, para no quedarse para vestir deidades (como se decía en Grecia), se habría casado con Menelao, que era gordo, y ella habría engordado también para no desentonar en los retratos.

Al no ser bella, el salido troyano Paris no habría desarrollado por ella ni una irresistible pasión ni ninguna otra cosa semejante. No se le habría ocurrido raptarla en absoluto, porque, ¿quién iba a estar tan loco como para cargar con semejante adefesio, poniendo además en peligro las relaciones con los griegos, que eran los principales importadores de los productos troyanos y que les proporcionaban a estos pingües beneficios?

Si Paris no hubiera raptado a Helena, su esposo Menelao no se habría cabreado como un mono y no le habría insistido a su hermano Agamenón para que declarara la guerra a Troya en el momento en que peor les venía.

Sin la guerra de Troya, Homero se habría encontrado sin nada interesante que contar. Habría escrito algún que otro poema a la belleza de las rosas y, por ende, habría pasado completamente desapercibido para la posteridad, aparte de no ganar ni un óbolo y morirse helénicamente de hambre.

Al no haber habido un Homero al que plagiar, Sófocles tampoco habría podido escribir sus tragedias y habría tenido que continuar con su oficio de vendedor de seguros a domicilio. A causa de esta circunstancia, no se habría popularizado en absoluto la controvertida figura del seboso y adiposo rey Adipo (de donde le vino el sobrenombre), conocido más tarde como Edipo (a causa de un error de trascripción de un traductor poco cuidadoso).

Sin el ejemplo de Edipo y su subsiguiente complejo, la psicología no habría prosperado y tenido éxito como ciencia separada de la filosofía, con lo cual los integrantes del gremio de fabricantes de divanes para consultas se habrían visto al borde de la quiebra. Además, no existirían lógicamente los psicólogos argentinos, con lo cual el 85 % de la población de ese bello país se hallaría en el paro.

Con tal situación laboral y económica, cualquier figura activista, comunista, populista y un poco lista podría haber propiciado una revolución popular, convirtiendo al país del Río de la Plata en una Cuba de vacas y chacareras.

La perspectiva de un comunismo teórico defendido por la pomposa oratoria argentina habría aterrorizado al mundo con toda la razón y los Estados Unidos se habrían decidido a intervenir militarmente allí, para evitar males mayores...

(No es necesario seguir con la concatenación ucrónica, pues ya ustedes se habrán hecho una idea del asunto.)

Y todo por un huevo.

He aquí los efectos de la mitología.

 

 

 

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