Robin Hood

 


 

          —Ya están ahí otra vez, Robin.

          —¿Otra vez? ¿Cuántos son, Little John? («Juanito». Nota del traductor.)

          —Bastantes.

          Robin se quitó el sombrero, ornado de una pluma verde, se tiró del pelo hasta arrancárselo y se lo volvió a poner (el sombrero, no el pelo).

          —¡No lo aguanto más! —gritó.

          —No podemos hacer nada. Habrá que darles el dinero.

          —Y nos quedaremos de nuevo sin blanca. Yo no sé quién les ha dicho a toda esa panda de vagos que yo robo a los ricos para dárselo a los pobres. ¡Hay que ser estúpido! Robar a los ricos no es nada especial. Es lo lógico. ¿Quién va a querer robar a los pobres? O, dicho de otra manera: a los pobres ¿qué se les puede robar?

          —Ha sido el recaudador, el sheriff de Nottingham, estoy seguro. Se permite dar limosna a costa nuestra. Como no puede impedir que le robemos, ha hecho correr la especie de lo de tu filantropía y así, por lo menos, el pueblo tiene otra vez el dinero y él se lo puede volver a quitar. Si lo tienes tú, ya no lo vuelve a ver.

          —Es listo, el fuckin’. (El jodío». Nota del traductor.)La verdad, John, estoy desesperado. ¿Qué podemos hacer?

          —Podemos traspasar el bosque a otro bandido e irnos a otro lugar.

          —¿Traspasar el bosque con bicho dentro?

          —¿Qué bicho?

          —Los pobres.

          —Sí, claro.

          —No será tan fácil. Pero fíjate que me estás hablando de abandonar nuestra tierra en manos de un malvado usurpador.

          —Bueno: también Ricardo «Corazón de León» es hijo bastardo.

          —Eso también es verdad.

          —Y en cuanto a los impuestos, me han dicho que en tierras normandas y en los reinos de la península todavía es peor, así es que no nos podemos quejar.

          —Y ¿a dónde iríamos?

          —No sé. Al norte.

          —¿Con los highlanders? John: tú estás mal de la cabeza. ¿Yo con falda?

          —Se llama kilt.

          —Como se llame. ¡Robin Hood con falda! ¿Qué diría la posteridad?

          —No sé qué tiene de particular. Ahora llevas mallas.

          —No es lo mismo. Tú sabes bien que no es lo mismo. Además, esos tipos no sueltan el dinero así los mates.

          —Podemos ir a Tierra Santa, a combatir a los infieles.

          —¡Quita, quita! ¡Con el calor que hace allí!

          —Te puedes lavar.

          —¿A la fuerza? Estás hablando de trastocar nuestro modo de vida... Nuestras más queridas tradiciones...

          —Son nuevos tiempos, Robin. El mundo cambia muy deprisa y debemos cambiar con él.

          —No sé. Me lo pensaré.

          —Pues decídete pronto, porque esto no es vida.

          Llegó entonces una muchedumbre de piojosos campesinos, dando «¡Hurras!» y «¡Vivas!» a Robin Hood, y se lo llevaron en hombros, para sacarle los cuartos.

 

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