Lope contra Góngora

 


Antes de empezar he de pedir perdón al lector por dos cosas. Primero porque este escrito no tiene maldita la gracia. Y segundo porque lo que sí tiene es un exceso de erudición aburrida. Pero como en realidad toda la erudición es aburrida, esta aclaración resultaba innecesaria. ¿Qué se le va a hacer? El tema lo exige y si alguien no quiere leerlo, puede saltárselo.

 

Félix Lope de Vega y Carpio y Luis de Góngora y Argote no se llevaron mal en persona, no se hicieron faenas (como la que le hizo Quevedo a Góngora, comprando la casa en la que éste estaba de alquiler para poder desahuciarle). De hecho, Lope le dedicó al cordobés una comedia, Amor secreto hasta celos, y a su muerte, en 1627, le escribió un bello soneto.

 

Pero si lo personal no fue feo, lo literario ya fue otra cosa. Góngora, como príncipe soberano que era del culteranismo, despreciaba soberanamente a Lope, al que denominó «pato de la aguachirle castellana». En cambio, se definió a sí mismo como «el cisne del Betis». A su parecer, Lope tenía un estilo literario simple y vulgar, por lo que le atacó en varias ocasiones y hay que decir que fue siempre el primero en hacerlo. En 1598 Lope publicó su poema La Dragontea y, nada nada más aparecer, Góngora le puso a caldo en un soneto:

 

Señor, aquel Dragón de inglés veneno,

criado entre las flores de la Vega

más fértil que el dorado Tajo riega,

vino a mis manos: púselo en mi seno.

Para rüido de tan grande trueno

es relámpago chico, no me ciega.

Soberbias velas alza: mal navega.

Potro es gallardo, pero vas sin freno.

La musa castellana bien la emplea

en tiernos, dulces, músicos papeles,

como en pañales niña que gorjea.

¡Oh planeta gentil, del mundo Apeles,

rompe mis socios, porque el mundo vea

que el Betis sabe usar de tus pinceles!

 

Calificó a Lope de «poeta tagarote» y le instó a que dejase de escribir, porque lo hacía muy mal. En otra ocasión le denominó «idiota sin arte ni juicio» y se refirió a él siempre como «Lopico», dando así a entender que no le concedía importancia como enemigo, como se ve en la siguiente quintilla:

 

Dícenme que hace Lopico

contra mí versos adversos,

pero si yo versifico

con el pico de mis versos

a este Lopico lo pico.

 

En 1609 Lope publicó El peregrino en su patria y puso en la portada un escudo nobiliario con las torres de Bernardo del Carpio, para presumir algo de nobleza. Góngora, que no le dejaba pasar una, le recordó su origen humilde:

 

Por tu vida, Lopillo, que me borres

las diez y nueve torres del escudo,

porque, aunque todas son de viento, dudo

que tengas viento para tantas torres.

¡Válgante los de Arcadia! ¿No te corres

armar de un pavés noble a un pastor rudo?

¡Oh troncos de Micol, Nabal barbudo!

¡Oh brazos Leganeses y Vinorres!

No le dejéis en el blasón almena.

Vuelva a su oficio, y al rocín alado

en el teatro sáquenle los reznos.

No fabrique más torres sobre arena,

si no es que ya, segunda vez casado,

nos quiere hacer torres los torreznos.

 

Para insistir en la lengua llana de Lope, le dedicó un divertido soneto imitando el estilo de habla de los esclavos negros para meterse con La Jerusalem conquistada, que Lope acababa de publicar:

 

Vimo, señora Lopa, su Epopeya,

e por Diosa, aunque sá mucho legante,

que no hay negra poeta que se pante,

e si se panta, no sá negra eya.

Corpo de San Tomé con tanta Reya.

¿No hubo (cagayera, fussa o fante)

morenica gelofa, que en Levante

as Musas obrigasse aun a peeya?

¿Turo fu Garcerán? ¿Turo fu Osorio?

Mentira branca certa prima mía

do Rey de Congo canta don Gorgorio,

la hecha si, vos tuvo argentería,

la negrita sará turo abalorio

corvo na pruma, cisne na harmonía.

 

Aquello no podía quedar así y Lope, en vez de callarse, devolvió centuplicadas las puyas, riéndose a mandíbula batiente del estilo culterano. En una carta a un amigo escribió: «Un soneto vide de don Luis. Agradome. Escribe ya en lengua castellana, que dicen que se le apareció una noche vestida de remiendos de diversos colores y le dijo: “Hombre de Córdoba, mira cuál estoy por tu causa: los pies errantes, el rostro mentido, los ojos brillantes, las manos ministrantes, ostentando remiendos y emulando jirigonzas. Vuélvete a tus exordios, restitúyeme la llaneza de Herrera y de Laso.” Con la cual estupenda visión habla ya en nuestra lengua; pero dicen que es tarde…».

 

En su libro de sonetos cómicos Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos Lope criticó duramente el extendido esnobismo de hablar en «culto» y se quejó de «la juventud gramaticanda, llena de solecismos y quillotros». A su entender, el culteranismo era comparable a una posesión diabólica:

 

—Conjúrote, demonio culterano,

que salgas de este mozo miserable

que apenas sabe hablar, caso notable,

y ya presume de Anfïón tebano.

Por la liga de Apolo soberano

te conjuro, cultero inexorable,

que le des libertad para que hable

en su nativo idioma castellano.

—¿Por qué me torques bárbara tan mente?

¿Qué cultiborra y brinndalín tabaco

caractiquizan toda intonsa frente?

—Habla cristiano, perro. —Soy polaco.

—Tenedle, que se va. —No me ates ente:

suéltame. —Aquí de Apolo. —Aquí de Baco.

 

En su novela La Dorotea acusó a Góngora de hacer una literatura insustancial, llena de sonetos que se iniciaban con obeliscos, pirámides, marfiles, pechos ebúrneos y líquidas fuentes, y que acababan en nada. Era una lengua obtusa y confusa que no la entendía ni la madre que la parió (es decir: Góngora):

 

—Boscán, tarde llegamos. —¿Hay posada?

Llamad desde la posta, Garcilaso.

—¿Quién es? —Dos caballeros del Parnaso.

—No hay donde nocturnar palestra armada.

—No entiendo lo que dice la criada.

Madona, ¿qué decís? —Que afecten paso,

que ostenta limbos el mentido ocaso

y al sol despingen la porción rosada.

—¿Estás en ti, mujer? —Negose al tino

el ambulante huésped. —¡Que en tan poco

tiempo tal lengua entre cristianos haya!

Boscán, perdido habemos el camino;

preguntad por Castilla, que estoy loco

o no habemos salido de Vizcaya.

 

Las alusiones a Góngora eran siempre claras y directas. Tras escribir versos paródicos al estilo culterano, Lope indica el lector que si es gongurrio (partidario de Góngora), los aplauda, pues son polifemescos (una alusión al personaje de Polifemo, de la fábula gongorina de Polifemo y Galatea). Al felino raptor que aparece en su poema La Gatomaquia, le llama «Polifemo de gatos». Y en este cantar un gato enamorado dice:

 

¿Es posible —decía

con lastimosas quejas—

¡oh más dura que el mármol a mis quejas!

(porque el gato las églogas sabía).

 

El verso del mármol está tomado literalmente de Góngora. Y luego se nos dice que los gatos...

 

... cantaron un romance que por ella

compuso Micifuz, poeta al uso,

que él tampoco entendió lo que compuso.

 

La Gatomaquia está llena de burlas del estilo gongorino, tan abundantes en retorcimiento y figuras retóricas a las que Lope alude:

 

[El gato]

trepaba la lustrosa

reluciente espetera

derribando sartenes y asadores

y con estas demencias y furores

en una de fregar cayó caldera

(transposición se llama esta figura)

de agua acabada de quitar del fuego

de que salió pelado.

 

De esta transposición o hipérbaton tan querida de Góngora hizo Lope burla una y otra vez, como en un soneto de su comedia El capellán de la Virgen, San Ildefonso:

 

Inés, tus bellos, ya me matan, ojos

y al alma roban, pensamientos, mía

desde aquel triste, que te vieron, día

no tan crueles, por tu causa, enojos.

Tus cabellos, prisiones de amor, rojos

con tal, me hacen vivir, melancolía

que tu fiera, en mis lágrimas, porfía

dará de mis, la cuenta a Dios, despojos.

Creyendo que de mí, no, Amor se acuerde

temerario, levántase, deseo

de ver a quien, me, por desdenes, pierde.

Que es venturoso, si se admite, empleo

esperanza de amor, me dice, verde

viendo que te, desde tan lejos, veo.

 

La lengua culta no se entiende, asegura Lope:

 

Cediendo a mi descrédito anhelante

la mesticia que tengo me defrauda

y aunque el favor lacónico me aplauda

preces indico al celestial turbante.

Ostento al móvil un mentido Atlante,

húrtome al Lete en la corriente rauda

y al candor de mi sol, eclipse en cauda,

ajando voy mi vida naufragante.

Afecto aplauso de mi intenso agravio

en mi valor brillante, aunque tremendo,

libando intercalar gémino labio.

—¿Entiendes, Fabio, lo que voy diciendo?

—¡Y cómo si lo entiendo! —Mientes, Fabio,

que yo soy quien lo digo y no lo entiendo.

 

Hay cien versos más. Podríamos seguir y seguir y citando y comentando, pero este escrito engordaría sobremanera. Así es que no escribo más sobre esta literatura a la que Lope fingió haberse convertido para recalcar su intención paródica y que muy bien puede resumirse en este último soneto que incluimos:

 

Pululando de culto, Claudio amigo,

minotaurista soy desde mañana,

derelinguo la frase castellana,

vayan las Solitúlides conmigo.

Por precursora, desde hoy más me obligo

a la aurora llamar Bautista o Juana,

chamelote la mar, la ronca rana

mosca del agua, y sarna de oro al trigo.

Mal afecto de mí, con odio y murrio,

cáligas diré, ya que no griguiescos

como en el tiempo del pastor Bandurrio.

Estos versos, ¿son turcos o tudescos?

Tú, lector Garibay, si eres bamburrio,

apláudelos, que son cultidiablescos.


 

 


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