Alegato en defensa de la risa
Miren qué frase: «El humor
es el medio que tenemos
para defendernos de
los males del universo.»
¿Quién la dijo? Pues Mel Brooks.
que es un director de esos
al que no hacen ningún caso
los críticos majaderos.
Si Tarantino te muestra
cuatro mil cercenamientos,
se le pone por las nubes
por su estilo. Yo no objeto.
Si Amenábar copia a Hitchcock
en sus «pelis» de misterio,
los ignorantes le tachan
de original. Yo no objeto.
Mas cuando Brooks intentó
divertirnos con sus cuentos,
dijeron que eran gansadas
y que Mel era un zopenco.
Aquí yo ya no me callo
ante la injusticia. Tengo
que hablar en pro del buen Mel
que es un artista sincero.
Sepan, críticos cinema-
tográficos y académicos
(de esos que entregan los Oscars,
de los que fallan los premios)
que el humor es más difícil
que hacer llorar o dar miedo;
y que la comedia cómica,
en general, es un género
de enorme complicación
y que entraña mucho mérito.
Brooks lo hace con dignidad
y merece un buen recuerdo.
Está El jovencito Frankenstein,
que es un remake estupendo;
Sillas de montar calientes
—parodia de los vaqueros—;
con Silent Movie se pasa
un rato alegre y ameno
y con La historia de la hu-
manidad, ya ¡ni te cuento!
Y hay otras. Incluso Ser
o no ser es un acierto
que hubiera aplaudido Lubitsch
si no estuviera ya muerto.
En muchas de estas películas
Mel está para comérselo,
pues es también, a mi ver,
un actor de cuerpo entero.
Ésta es mi manía de siempre:
hacer continuos intentos
de reivindicar lo cómico
y mitigar el desprecio
que muchas gentes berzotas
demuestran hacia este género.
¿Acaso no creen ustedes
que es muchísimo más ético
divertir a tus vecinos
que hacerles morir de miedo
o hacerles llorar de angustia?
El humor tiene ese objeto:
hacer la vida más bella,
poner al mundo contento,
infundirnos optimismo,
alejarnos de lo feo.
Es todo un hecho innegable
—así lo dicen los médicos—
que la risa da salud
y ayuda más que un complejo
vitamínico que tenga
calcio, potasio y magnesio.
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