¡Señores que hacen cine!: no pueden escribir cualquier cosa en un título, así, al buen tuntún. Hay unas imprescindibilidades titulescas que paso a enumerar para beneficio de propios y extraños.
La más importante es que no está permitido mentir descaradamente. Yo fui a ver Cobra, de Gorge P. Cosmatos, porque me gustan las películas ambientadas en Egipto o la India, y lo que me salió fue Sylvester Stallone, con cara de bruto, dando mamporros. Aunque lo solicité en la taquilla, no me quisieron devolver el dinero.
Woody Allen también me mintió. Vi Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y no se atrevió a preguntar y hay muchas cosas que aún sigo queriendo saber, porque la película no me las aclaró en absoluto. No se ha de prometer aquello que no puede cumplirse.
Todo el mundo sabe que un título falsísimo de película es Los tres mosqueteros, (de Richard Lester), pues Athos, Porthos, Aramis y D’Artagnan siempre acaban siendo cuatro, los sumes como los sumes.
Los títulos también deben ser comprensibles y medianamente traducibles. No sé si recuerdan una película de John Ford sobre el Séptimo de Caballería: La legión invencible (con John Wayne, ¡claro!). Era un film de hombres curtidos y machotes, enfrentados a todo tipo de adversidades y peligros de los que salían incólumes gracias a su fuerza y a su valor. Pues en inglés la película se titulaba She Wore a Yellow Ribbon («Ella llevaba puesta una cintita amarilla») ¿Me puede alguien aclarar qué clase de incongruencia es ésta?
Pero algunos títulos, sean de libros o películas, sí son verdaderos y tienen algunas características que paso a enumerar:
Honestidad. El día más largo, (dirigida por Ken Anakin y dos más, porque él solo se cansaba), que trata del desembarco en Normandía. (Aquí el título responde perfectamente al contenido argumental, porque la película se te hace interminable.)
Longitud. Por lo que a veces no hace falta ver la película, porque te cuenta casi todo, como sucede en la cinta de Jean-Jacques Zilbermann No todo el mundo puede presumir de haber tenido unos padres comunistas.
Imprecisión. «A mí, 8½, (de Federico Fellini) me gusta mucho menos que 9½ semanas (de Adrian Lyne), ¡Dónde va a parar!»
Aburrimiento. Él, de Luis Buñuel. Ella, de Spike Jonze. Ellos, de David Moreau. (Primer, segundo y tercer premio respectivamente del Dull Title Contest [Concurso de Títulos Sosos] que organiza anualmente la Universidad de Princeton, con el patrocinio del Bank of America.)
Cursilería. La insoportable levedad del ser, de Philip Kaufman. (¿A ver qué quiere decir esto? ¿Tiene que ver con la gayez?)
Ignorancia. Antes que anochezca, de Julian Schnabel, película sin gramática. (Construcción equivalente a «Antes que comas, tómate el aperitivo» o «Hay que fichar en la oficina antes las nueve.»)
Despiste. Alguien voló sobre el nido del cuco, de Milos Forman. ¿Quién?
Simbolismo. La naranja mecánica, de Stanley Kubrick. ¿De qué es símbolo esto?
Intraducibilidad. Die Hard, de John Mc Tiernan (¿Duro de matar? O, si tomamos ‘die’ como imperativo, Muérete con dificultad o incluso Muérete con una erección. ¡Vaya usted a saber!)
Enigma. Un perro andaluz, de Luis Buñuel. ¿Dónde está el perro? Yo he visto esta película muchas veces y no consigo echarle la vista encima? Sólo salen dos burros muertos encima de un piano (¡pobres!) y un ojo de vaca. (Dicho sea de paso: en El ángel exterminador tampoco encuentro al ángel.)
Cultura. ¡Viva Zapata!, de Elia Kazan. (¿Quién era Zapata?, se preguntarán algunos.)
Previsibilidad. Crimen y castigo, de Josef von Sternberg. ¡Hala! Me ha chafado el final. Yo me hacía la ilusión de que se libraba...
Connotación. Lo que el viento se llevó, de Víctor Fleming y algún otro que le ayudó. Este título me recuerda indefectiblemente a María Sarmiento.
Entonces ¿existen los títulos perfectos, se preguntará alguien?
Sí, existen. Son aquellos que indican de qué va la cosa y a qué género fílmico pertenece. Ejemplo: La noche de los muertos vivientes. de George A. Romero. ¡Chapeau!
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