Mis razones para las cosas

 


Mi correo electrónico está frecuentemente lleno de sugerencias para que modifique (a voluntad y previo pago) partes de mi anatomía que me han servido perfectamente bien hasta la fecha tal y como están.

La cosa me intriga.

Porque, por ejemplo, nunca me han pretendido vender un remolque para lanchas, pongo por caso. Eso quiere decir que a los fabricantes de remolques para lanchas les consta positivamente que yo no poseo una lancha y, lógicamente, se niegan a desaprovechar su propaganda en mí, cosa que yo les agradezco.

Tijeras para esquilar ovejas tampoco me han ofrecido nunca.

Luego la reiterada oferta de alargamientos instantáneos y garantizadamente satisfactorios me deja perplejo. Me consta que amigos míos han recibido también antes la misma oferta, pero eso no me tranquiliza en absoluto.

Porque las causas que se me ocurren son todas tremendas, por lo que implican.

La primera podría ser algo que yo mismo ignoro. ¿Han hecho una encuesta secreta a todas mis amantes, antiguas novias, etc., y el consenso ha sido que no me vendría mal una buena remodelación? Como ven, esta posibilidad es aterrante.

Pudiera ser que mi nombre hubiera aparecido —por error o no— en una lista de cretinos especiales, de esos que compran, ligan (y hasta hacen footing) por Internet. Alguien ha considerado que yo soy lo suficientemente deficiente para dejar que me quirofaneen porque me llegó un e-mail sugestivo o quizá barato.

Quizá soy sólo una víctima de una campaña de mentalización de masas en la que me emplean como objeto para reivindicar el hecho de que el tamaño importa.

Otra posibilidad es que estas proposiciones no me lleguen a mí, sino ab­solutamente a todos los varones, sólo que muchos no lo confiesan. Puede ser parte de una campaña de ingeniería genética nazi tendente a mejorar la raza a precios módicos.

Puede también ser una conspiración de alguna sociedad feminista radical cuyo propósito bien podría ser desmoralizar al sexo masculino en pleno.

Por pura curiosidad ha abierto uno de esos mensajes y me avergüenza confesar que me tienen casi convencido.

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