El gran (aunque bajito) Thomas Cruise Mapother IV nació el 4 de julio de 1962, con los ojos fuertemente cerrados, y se hizo actor porque a sus padres les resultó una misión imposible conseguir que estudiase una carrera como es debido. Es bien conocido por las quinceañeras debido a las películas en las que interviene, haciendo de guapo y fingiendo con gran esfuerzo ser simpático; pero quizá en años venideros no sea recordado por su arte interpretativo (habría que añadir aquí «presunto», como cuando se habla de políticos sinvergüenzas), sino por su contribución a la difusión de un peculiar culto religioso: la cienciología.
En ella se mezclan creencias orientales (como la reencarnación de las almas en cualquier cosa con patas), postulados de la Ciencia Cristiana (como el rechazo de la medicina convencional en la convicción de que Dios sanará a quien quiera, si quiere, y que, si no quiere, no hay nada que hacer) y la estimulante idea de que la Tierra se pobló originariamente con extraterrestres que se habían perdido en el espacio por coger mal una bifurcación estelar y no sabían cómo volver a su casa.
El actor (Tom Cruise, queremos decir) se involucró con la cienciología y acabó llevándole el desayuno a la cama y mudándose a su domicilio para ahorrarse un alquiler. Eso fue a finales de los ochenta y ha completado varios de sus cursos sin repetir ningún año. Recibió la Medalla al Valor que otorga la secta como recompensa a la cantidad de fondos que consiguió recaudar mediante sus apariciones públicas y sus sermones proselitistas, aunque al finalizar el año tuvo que devolver la medalla, para que se la pudieran dar al siguiente en ganarla. Además, cada minuto que pasa se apunta más y más gente a la organización «porque Tom Cruise es cienciólogo». Bien es verdad que la gente que se quiere apuntar a estas cosas por tales razones se merece que la apunten, sí, pero que lo haga un pelotón bien constituido y con buena puntería.
La secta, en principio, tuvo con Tom Cruise unos sentimientos encontrados: gratitud por los miembros que aportaba y unas ganas tremendas de reírse de él, por estúpido. Finalmente optó por designarle como «elegido» por su compromiso, por lo bien que le sienta el smoking y por sus sacrificios en pro de esta creencia, entre los que se cuentan haberse leído de cabo a rabo y sin pestañear ni una sola vez todos los folletos explicativos de la cienciología.
Se le presentó como el predicador oficial ante el mundo y una figura modélica para sus compañeros de culto que quisiesen escalar sin cuerdas. Se le considera un nuevo Cristo para los seguidores de esa fe, por lo que se le exige que se peine ya siempre con raya al medio. Sus correligionarios apuestan doce contra uno a que en un futuro próximo será adorado y respetado por extenderla, y ya están haciéndole infinidad de retratos y de fotos para ponerlas en chapas, ceniceros, camisetas y juegos de café.
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