Novela
Era un soleado día de agosto; las rosas florecían, las gallina ponían huevos y las cigüeñas contemplaban desde el campanario el paso de las carretas ante la puerta de la iglesia. Un suave aroma de pan recién cocido salía de la tahona de la bonita localidad de Könisberg.
Immanuel Kant, sentado en el porche de su casa en su vieja y querida mecedora de roble, encendió su pipa y pensó en...
(¿Cómo? ¿Que no se trataba de escribir una novela costumbrista? ¿Que lo que había que escribir era un ensayo sociológico-filosófico? Bueno. Empezaré otra vez.)
Ensayo
En su libro Filosofen von zur cuestionesenzialen (Wenhausen Editoren, Leipzig, 3ª ed., 1947, págs. 51-52 y muchas más de las siguientes), Otto Dumm sintetiza con precisión la filosofía kantiana y nos hace adentrarnos en la problemática del filósofo. Cito:
«Las mentes privilegiadas extraen temas de profunda meditación de las cosas más nimias. Kant, tras pasar varias horas ensimismado en la contemplación de una araña que tejía su tela en el rincón de las escobas de su cocina, se formula cuatro preguntas esenciales: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? ¿Qué es el hombre? A ellas responden respectivamente la epistemología, la ética, la metafísica y la antropología.»
Esto lo dice Dumm, que es tonto. Yo no creo en la necesidad de epistemologías y gaitas. La respuesta a todo se halla en la televisión, verdadera escuela de humanidad, que nos enseña las interioridades de ese prodigio evolutivo, mitad ángel y mitad bestia que es el hombre (NOTA: No juraría que fuera ésta la proporción).
Estoy hablando de los realities tipo «Gran Hermano», claro, que es todo lo que se necesita para poder responderle a Kant sobre los grandes interrogantes de la naturaleza humana y conseguir que nos deje en paz de una vez.
Reflexionemos sobre esos programas televisivos consistentes en meter en una casa a una panda de energúmenos sedientos de fama y dinero, y ver luego lo que pasa.
(ADVERTENCIA PARA EL FUTURO: Aparte de lo que ahora signifiquen esos programas, nos parece peligrosísima la trivialización del hecho de que nos espíe una cámara. El terrible concepto orwelliano de la novela 1984 —un mundo vigilado— se convierte para las generaciones jóvenes en algo lúdico, divertido y, sobre todo, aceptable y aceptado. Esto llevará a nuestros nietos a dejarse insertar un «chip» de localización.)
Sigo.
¿Qué puedo saber?
Evidentemente, se puede saber bien poco, a juzgar por el nivel de los concursantes. Sin embargo, en España hay una escolarización obligatoria. ¿O no? ¿Qué pasa entonces? ¿Incumplen los maestros? ¿Existe un blindaje genético que impide a especimenes concretos aprender, por ejemplo, a hablar el propio idioma de forma inteligible? Tenemos entendido que a los concursantes se les prohíbe llevarse libros o revistas. Pero esta regla es superflua. No lo habrían hecho de todas maneras.
¿Qué debo hacer?
Estos concursos tienen un sistema eliminatorio por votación popular. En cualquier planeta civilizado se eliminaría primero al peor: al más vil, al más antipático. Aquí no. La experiencia demuestra que siempre quedan finalistas y ganadores aquellas personas con peor fondo, que más insultan, critican y acuchillan por la espalda a sus compañeros. Esto es un hecho. Tal conducta conduce a la fama y al dinero y sirve de ejemplo para millones.
¿Qué puedo esperar?
Tendremos un mundo con gente más mala debido a la idealización y exaltación de los aspectos depredadores de nuestra especie. Estamos creando un mundo de antihéroes. El más canalla gana (y a todos les parece muy bien que sea así).
¿Qué es el hombre?
Si quisiéramos ponernos chistosos, apuntaríamos el hecho de que, viendo a la mayoría de los presentadores de la televisión, nunca podremos saber con certeza qué es el hombre. Pero no lo apuntamos, porque no queremos molestar a nadie.
Y hablando en serio (y como corolario inamovible de lo que estos programas nos enseñan) diré, remedando a un famoso cantable de zarzuela (¡Qué útiles resultan las zarzuelas!, ¿no?):
«El humano e’ un bisho mu’ malo;
no lo mata ni piedra ni palo.»
Cosa que, por otra parte, ya sabíamos, mucho antes de que apareciera Kant a liarla.
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