Félix Lope de Vega

  


¡Qué difícil resulta tomarle el pelo a alguien que te es muy querido y admirado! Eso nos sucede a nosotros ahora con Lope de Vega, el monstruo teatral por excelencia, creador de todo lo que se podía poner encima de un escenario. Así es que hablaremos de él con todo el respeto del que seamos capaces, que lamentamos que no sea mucho.

Lope no se limita a escribir teatro, sino que directamente se inventa el teatro. En su obra en verso Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1610) fija las reglas de cómo han de hacerse las cosas y cómo no. Estas normas que él se saca de la manga podrían parecer discutibles (de hecho, los neoclásicos las impugnaron), pero la realidad es que si las sigues, la comedia te sale estupenda y si no las sigues, obtienes un pepino en varios actos. Por ello, es mejor hacer caso siempre de Lope. A los que le tomaron por maestro y modelo (Tirso y compañía, y luego Calderón) les fue muy requetebién y no tuvieron de qué arrepentirse.

Lope da valiosas claves para la temática, avisando de lo mucho que le gusta el tema del honor a la gente sin honor (casi toda). Establece la división en tres jornadas, que funciona estupendamente durante siglos. Fija los personajes, creando, por ejemplo, la magnífica figura de donaire o «gracioso», que tanto juego va a dar en el teatro posterior. Normaliza qué tipo de versos son mejores para cada cosa y explica por qué los romances son los adecuados para esto y las redondillas o las quintillas lo son para lo otro. Da las pautas, en fin, del teatro nacional, porque para entonces ya era hora de que tuviéramos algo realmente nacional, en vez de una literatura del todo italianizante.

Y, sobre todo, Lope se sacude la nefasta regla de las tres unidades que los preceptistas clásicos italianos se habían inventado en su afán de ser más papistas que el papa (ya que Aristóteles, en su Poética, indicaba que la única unidad importante era la de acción y que las de tiempo y lugar no hacían maldita la falta). Nuestro Fénix ambienta sus obras donde le da la gana y hace que la acción transcurra en cualquier intervalo de años que le apetezca. ¿Cómo contar de otra manera la vida —pongamos por ejemplo— de Cristóbal Colón, si había de ambientarse en el mismo sitio y transcurrir en el plazo de veinticuatro horas? Era una soberana estupidez.

Lope era un exagerado. Escribió mucho. Hay danzando por ahí unas 500 piezas teatrales suyas. Se dice que escribió más de 1500 y nosotros nos lo creemos perfectamente, pues en aquella época no se preocupaban mucho de guardar los manuscritos. Y debido a este apresuramiento, dicen los críticos que todas sus obras tienen algún que otro defectillo. ¡Natural! Luego vendrá Calderón, reescribirá alguna comedia de Lope y la dejará mejor y más pulida, pero, ¡ah, amigo!, es que le le dedicó más tiempo.

Nuestro hombre (y el de ustedes) tocó todos los temas y su corpus sirvió de base a muchísima literatura posterior. Piensen en un argumento cualquiera, por peregrino que sea, y les apostamos nuestro televisor de 55 pulgadas a que Lope tiene alguna comedia escrita sobre tal tema. Así es que intentar clasificar su teatro son ganas de complicarse la vida, pues tocó todos los géneros que uno se pueda imaginar y otros que ninguno se podría imaginar.

Hablemos de algunas de sus obras, seleccionadas al azar, sacando una bola de un bombo.

Peribáñez y el comendador de Ocaña (1614) es una comedia logradísima. Pertenece al subgénero de dramas de esos en los que los nobles abusan de las villanas y reciben su merecido a manos del padre o marido ultrajado, al que el rey le da la razón en la última escena. Otras comedias, como Fuenteovejuna (1613) o El mejor alcalde, el rey (circa 1620) tienen argumentos parecidos.

De ellas se deduce que los nobles eran unos sinvergüenzas, que las damas aristocráticas eran todas feas (razón por la que los aristócratas siempre se trajinaban a las campesinas), que los villanos no se aguantaban con tonterías y que el rey se conocía muy bien a sus clásicos y sabía perfectamente lo que hacían sus señores feudales. La tesis es que el honor está en todas las clases sociales y que a los monarcas más les vale saber hacer justicia si no quieren tener serios problemas. Los reyes de las comedias de Lope se aplican el cuento y se dejan de favoritismos con sus nobles en lo que a sexo se refiere.

Una comedia preciosa de Lope es El caballero de Olmedo (circa 1620), basada en una cancioncilla castellana que contaba cómo los de Medina del Campo le sacudieron a modo a un caballero de Olmedo, no tanto porque tuviera amores con una medinense, sino por la rivalidad habitual entre localidades vecinas, que data de antiguo. La canción solo dice que le mataron de noche en un camino y que una sombra le había advertido al caballero que no saliera de noche, porque era peligroso y, además, porque podría acatarrarse. El mérito del autor consiste en hacer una obra con tan poco material básico. De este leve incidente se saca Lope una comedia magnífica y preciosísimamente escrita. Al público no parece importarle saber de antemano que el protagonista va a diñarla en la jornada tercera. La contempla con el mismo agrado que si no conociera el final.

Otra pieza muy mencionable es La dama boba (1613), que mantiene la tesis de que el amor hace que las personas normales se comporten como idiotas, pero que a la vez provoca que los idiotas se vuelvan listos, como es el caso de la protagonista de esta pieza, una niña melindrosa y pijobarroca que parece tonta y que acaba liando a todos sus pretendientes con su ingenio.

El perro del hortelano (1618) describe la complejidad de las relaciones amorosas, en un ambiente italiano y altamente elegante. Es un gran ejemplo de comedia amorosa en la que el autor hace malabarismos literarios con todas las sutilezas del cariño y muestra cómo el amor generalmente no sirve más que para complicarnos la vida innecesariamente. El amor vence todos los obstáculos, pero los obstáculos son muchos y variados. Estas obras son muy agradables de ver y sumamente ingeniosas en su planteamiento y episodios. De este mismo género son Las bizarrías de Belisa (1634), El acero de Madrid (1608), La niña de plata (1613), El anzuelo de Felisa (1617) y doscientas o trescientas más.

Una obra maestra poco conocida es El castigo sin venganza (1631), que creemos interesante reseñar aquí. El duque de Ferrara es un libertino de toda la vida que, al fin y a la postre, decide casarse para que no digan. Elige a Casandra, hija del duque de Mantua, y manda por ella a Federico, un hijo natural suyo. Federico obedece y cumple el encargo a regañadientes, pues no tiene a priori ninguna, pero que ninguna simpatía por su futura madrastra. Pero llegando a Mantua salva a una dama a orillas del río, la dama resulta ser Casandra y resulta también que está como un queso, por lo que Federico se enamora de ella como un imbécil (como lo que es).

Tras la boda, el duque se sigue dedicando a sus francachelas y libertinicidades, dejando abandonada a su esposa. Casandra se venga de este desprecio liándose con Federico (¡nos lo estábamos imaginando!). El duque se va a Roma a hacer unas gestiones (concretamente a ayudar al Papa en una guerra de la suyas) y Federico, en su ausencia, toma como amante a su madrastra y hasta usa a escondidas el albornoz de baño de su padre.

El duque regresa y un anónimo escrito por un analfabeto le da a conocer la traición de los amantes. El buen hombre se encuentra en un impasse. Tiene que castigar a los adúlteros, pero, para preservar su buen nombre, no ha de hacerlo él. Así es que se inventa un truco que le da un buen resultado.

Le pega un susto a Casandra, para que esta se desmaye, y cuando la tiene atada, amordazada y metida en un saco en una habitación contigua, le dice a Federico que en el bulto hay un traidor que quería asesinarle y que, si es buen hijo, que haga el favor de matarle, ya que él tiene artritis y le duele la mano. Federico, ni corto ni perezoso, saca su espada y atraviesa el saco donde está Casandra.

Solo tras hacerlo se da cuenta de a quién ha matado. El duque le acusa entonces de haber asesinado a su madrastra, por lo que manda ajusticiarle. De esta manera el honor se salva, no hay venganza y todos quedan tan contentos (menos Federico, claro está).

La obra es estupenda. En primer lugar, es una comedia valiente, que trata abiertamente del tema de los amores incestuosos. Y las truculencias solo vienen al final, en las últimas escenas, sin que el público tenga ni la menor idea de lo que va a pasar con la pareja protagonista. La mejor parte del drama está dedicada a describir muy hábilmente y con gran psicología cómo va surgiendo la pasión entre hijastro y madrastra. Es una recreación del mito de Fedra, más el de Antíoco, con lo que Lope supera a Eurípides y a Séneca, que habían sido mucho más tímidos y pacatos en sus planteamientos.

No sobra ni falta ninguna escena; todo está perfectamente dosificado. Además, admírese la sutileza del castigo. El duque quiere vengar el honor ofendido sin vengarse de su hijo. Quiere castigar como juez y no como parte interesada, y Casandra muere a manos de su amante y no por su pecado. El duque castiga en nombre del Estado y no como individuo. No hay venganza, pues el duque no se la toma por su mano.

Aquel que no sepa apreciar en lo que valen estas sutilezas argumentales es mejor que no se moleste en ver ni leer comedias de Lope, sino que se limite a contemplar series televisivas sobre comunidades de vecinos a la gresca.


 

No hay comentarios: