La cocina erótica

 

           Comer es, indudablemente, una gran fuente de alegrías y en lo que se refiere a la búsqueda de placer el sexo tampoco es manco. Pero querer aunar ambas concupiscencias nos parece ya el colmo del hedonismo.

          Sin embargo, siempre ha existido el concepto de cocina erótica y de alimentos afrodisíacos, por no hablar de otras variedades combinatorias que nos libraremos mucho de mencionar, en aras del buen gusto.

Las velas, los violines y los jazmines pueden ser prolegómenos a una apasionada noche de pasión. Preguntémonos ahora si el repollo y las alcachofas también pueden serlo. ¿Existe de verdad lo que podría llamarse comida erótica?

          Desde la más polvorienta antigüedad se les ha atribuido propiedades excitantes y velloerizantes a una serie de alimentos y productos de los que se decía que aumentaban exponencialmente la potencia sexual y la capacidad de experimentar el goce carnal, pero la verdad es que esto resultó ser una triquiñuela de los gremios de comerciantes para vender más caros sus productos.

          Hombres impotentes o simplemente estúpidos y muy crédulos pagaron cantidades exorbitantes por algunas de estas sustancias. La demanda de las mismas alcanzó proporciones desmesuradas, como sucedió con el cuerno de rinoceronte, cuyas limaduras se decía que aumentaban la turgencia sexual masculina. Esto llevó casi a la desaparición de esta especie animal, lo que demuestra que los hombres con complejos son mucho más numerosos de los que nos dicen las encuestas. (Cuando los rinocerontes comenzaron a escasear, se vendió en su lugar serrín pintado de gris en cantidades industriales.)

          Entre los alimentos considerados como afrodisíacos estaban las ostras, los hígados de oca y las trufas del Piamonte. Estos tres productos eran terriblemente caros, por lo que el que los consumía estaba convencido de que funcionaban, basándose en la lógica de que lo barato es malo y lo caro es bueno. Si costaba tanto, tenía que ser genial. Lo curioso es que el posible aumento de la actividad sexual se debe a que estos alimentos contienen vitamina E. Y la vitamina E se encuentra también en las zanahorias y las lentejas, que serían los afrodisíacos de los pobres.

          El caso es que los alimentos supuestamente excitantes cuestan un ojo de la cara: faisán silvestre, sopa de tortuga, caviar, angulas del Cantábrico, tiburón..., lo que confirma nuestra hipótesis de que la afrodisiacamiento no es sino una estratagema de marketing para sacarnos las perras.

Así es que, aunque no existe la comida erótica, de lo que sí podemos hablar es de una erótica de la comida, que no es lo mismo, por mucho que se diga aquello de que «el orden de los factores no altera el producto».

          El quid de la cuestión estriba en que hay alimentos que, por su forma y su textura, nos recuerdan partes del cuerpo (de las interesantes, queremos decir; si una rosquilla nos recuerda una oreja, eso no resulta especialmente emocionante). En cambio, ostras, almejas, salchichas o espárragos tienen un encanto especial. No obstante, no hay que abusar de estos símbolos, porque la ordinariez resulta muy poco sexy.

          De lo que estamos hablando, en definitiva, es del poder de la imaginación. El cerebro humano asocia el placer de la mesa con otras formas de goce y la posibilidad de ponerse morado en un aspecto es como una anticipación de ponerse las botas en otro.

          Más divertida es la combinación de ambos ejercicios (el de masticar y el otro), en forma de preservativos con sabores, tangas comestibles o esa costumbre gastronómica japonesa que consiste en comerse la ensalada o incluso el cocido sobre una señorita sin ropa tumbada en la mesa, como si fuera un mantel.


 

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