El conde Lucanor

 


Cuentan los sabios (pero Alá sabe más) que el poderosísimo aunque bizco califa Harun al-Raschid mandó recopilar una gran colección de cuentos de fantasía llamada Alif Laila, que algún besugo tradujo como Las mil y una noches. En este proyecto se gastó un batakh-e-khazana («pasta gansa»; en árabe en el original).

Pero, ávido de fama, quiso pasar a la posteridad por algún hecho distinto y curioso. Decidió disfrazarse de hombre común y mezclarse con su pueblo para enterarse de qué era lo que se cocía en Damasco y, sobre todo, para que luego constara que había sido un monarca estupendo y «progre».

Se hizo acompañar de un taquígrafo para que recogiera sus frases lapidarias y, disfrazado de camellero con anginas, se internó en el dédalo de callejuelas de la parte vieja de la ciudad (no se ha sabido por qué todas las callejuelas de todas las partes viejas de las ciudades están organizadas en dédalos, sea eso lo que sea).

Cuál no sería su sorpresa al descubrir que no era tan querido por sus vasallos como se imaginaba. En todas las conversaciones del mercadillo se hablaba de él, sí; pero solo para ponerle de chupa de muecín. Se le insultaba con los apelativos más ofensivos del árabe clásico: se le llamaba bukha’rronî, marikunî, imb’izil y otros apelativos todavía más graves.

Harun aguantó cuanto pudo y, cuando su paciencia se agotó, comenzó a insultar a sus insultadores. Se armó un barullo semita. La guardia del Cadí se personó allí (como se dice ahora) y el califa ordenó que se apresara a los ofensores. Los guardias no reconocieron a su señor y se le mofaron en sus barbas.

Harun al-Raschid insistió en que él era su monarca y, para demostrarlo, sacó de su bolsa un dinar de oro con su efigie tallada.

Pero, ¡oh, desfortuna!, el perfil de la moneda estaba muy mejorado, bien por vanidad califal o por puro peloteo del tallista. La cara de la moneda no reflejaba su estrabismo y mostraba unas narices de un tamaño pasable. Harun no fue reconocido y recibió allí mismo, a manos de guardias y tenderos, una paliza de aftab (de aúpa).

En este mundo las glorias son dudosas e impermanentes para los mortales. Solo hay seguridad en Alá, el Clemente, el Misericordioso.

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