Unos dicen que Annie Hall,
otros dicen que Manhattan,
éstos prefieren Zelig
y aquéllos prefieren Hannah
y sus hermanas. Muy bien.
A mí me gusta Bananas.
«Es una obra menor»
dicen los críticos. ¡Vaya
por Dios! Tengo el gusto hortera.
De cine no entiendo nada.
«Ha hecho mil cosas mejores.»
Yo no quiero compararla
con otros films más sesudos.
Pretendo reivindicarla
porque, aunque esta «peli» incluye
varias artísticas faltas,
tiene destellos geniales
y valientes. No se para
en mientes y, con fiereza,
hace una crítica clara
de todas aquellas dicta-
duras sudamericanas
apoyadas por los U.S.A.
desde Chile a Nicaragua.
Woody Allen se finge «progre»
para ligarse a una pava
y en menos que canta un gallo
se ve metido en jarana
en medio de una movida
ultrarrevolucionaria.
Luego vienen gags a cientos
de gran calidad. Destaca
una secuencia cortita
en la que a Allen le encargan
que consiga tres mil sándwiches
para las tropas que acampan
en la selva. Va a la tienda
con una lista muy larga
en donde se indica quién
quiere el suyo sin mostaza
o con el doble de queso
y, cuando están listos, rapta
a todos los cocineros
y se los lleva en volandas.
También es un gran hallazgo
el comienzo. En la pantalla
se nos muestra a un locutor
—un tipo feo, con gafas—
que va a presentar al punto
la emisión televisada
de un golpe de estado en la
República Democrática
de San Marcos. En efecto:
vemos una escalinata
que conduce hasta la puerta
de la mansión del que manda.
Se abre y sale un tío de negro
al que le fríen a balas.
Mientras muere, le entrevistan:
«Mire, mire hacia la cámara
y diga: ¿Cómo se siente
ahora que ya es cosa clara
que le están asesinando?»
Y el agonizante habla
desde el suelo, ensangrentado:
«Pues yo no me lo esperaba.
¿Puedo saludar?» «Sea breve.»
Manda un saludo a su hermana
y a sus amigos, y muere.
El locutor se levanta
y se dirige al golpista
que ha hecho funcionar su arma
para conseguir que él
también diga unas palabras.
El militar-dictador
habla al pueblo que le aclama
diciendo que cambiará
los días de la semana
y obligará a que la ropa
interior sea toda blanca
y que se lleve por fuera
de los vestidos. Se acaba
la retransmisión así
y la película avanza.
¿Y a qué viene todo esto
que he contado aquí? Se trata
de que me interesa más
Woody Allen cuando ataca
a golpista, militares,
a las repúblicas bana-
neras, a los dictadores
y, en fin, a toda esa panda,
que cuando va de profundo
y neoyorkino, y acaba
hablando de sus complejos
sobre la muerte y la cama.
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