Una noche en la ópera

 


Pese a ser un film genial

y muy divertido, Sopa

de ganso no dio dinero

en su momento. ¡Qué cosas!

Y por es eso que la Metro-

Goldwyn-Mayer hace otra

película en que los Marx

ponen manos a la obra

insertando su talento

en otro tipo de historia;

y el resultado de esto

es Una noche en la ópera.

 

¿Qué decir? ¿Qué ditirambos

utilizar? ¿Qué elogiosas

palabras usar que hagan

justicia a la mayor broma

que se le puede gastar

a esas sociedades bobas

que viven de protocolos,

de estrenar trajes y joyas,

de admirar sólo lo ajeno,

de patrocinar mil cosas

para presumir de cultos,

auque en verdad les importan

un comino o un pimiento

o un rábano con sus hojas?

 

El argumento: un tenor

postergado al que le apoyan

los Marx y hacen que triunfe.

Pero esto casi no importa.

Lo que queda son los símbolos,

los diálogos y las tomas

memorables, nunca vistas,

originales, famosas,

absurdas, inverosímiles,

simpáticas y cachondas.

 

Un contrato en que dos partes

contratantes se enfollonan;

un camarote en que caben

treinta o cuarenta personas

y un fontanero; un baúl

donde duerme cual marmota

Harpo, dentro de un cajón,

escondido entre la ropa;

tres aviadores con barbas

que los hermanos les cortan

para pegárselas ellos;

un discurso de una hora

donde Chico cuenta cómo

viajó hasta el Polo sin gota

de combustible en los tanques

del avión; una graciosa

secuencia en que un polizonte

que les persigue se topa

con cuatro camas en una

habitación, que se tornan

en tres, luego en dos, y, al cabo

de un momento, en una sola:

Chico se viste de silla,

Harpo, de mesa o de cómoda

y así despistan del todo

al sabueso de la bofia.

 

Y también un buen puñado

de frases casi antológicas,

como: «La primera parte

contratante... No. Esto sobra»;

«Aunque parezca mentira,

le digo que la señora

Claypool, mi dilecta amiga,

es mucho menos idiota

de lo que usted cree»; «¡Y también

dos huevos duros! ¡De oca!»;

«No, no es ésta mi camisa,

porque la mía no ronca»;

«—¿Está mi tía Micaela?

—Entre y búsquela entre toda

esa gente»; «—¿Cómo quiere

las uñas, largas o cortas?

—Déjelas cortas, que aquí

lo que es sitio, no nos sobra».

Frases así de geniales

éstas, como muchas otras.

 

En resumen les diré

—porque de acabar ya es hora—

que los Marx se superaron,

ganaron dinero y gloria,

hicieron posible aunar

—en lo que al cine le toca—

lo comercial y lo artístico

gastando dos perras gordas.

 

Nos dejaron en legado,

entre otras cintas famosas,

este clásico del cine

que coloca en nuestra boca

expresiones de sorpresa

y de admiración rabiosa

como «¡Cáspita!», «¡Repámpano!»

«¡Córcholis!», «¡Epa!» y «¡Zambomba!»

No hay comentarios: