Daniel Cotta: La luz superviviente, Premium, Sevilla, 2022, 198 págs.
Cotta escribe de todo, como debe ser. Igual te encandila con un libro de inspirados poemas espirituales que te parte de risa con una obra humorística o te enseña muchas cosas que ignoras sobre tu propia lengua. Digo que así ha de ser, porque un cocinero que solo hiciera tortillas sería un profesional incompleto, al igual que un pintor que únicamente pintara paisajes. Así es que el primer hurra va dedicado al polifacetismo del novelista.
El autor ha elegido para lucirse de nuevo uno de los géneros más interesantes y, a la vez, más complicados; la ciencia-ficción (a la que en correcto castellano habría que denominar ‘ficción científica’, por el aquel de no pegar dos sustantivos de cualquier manera, al estilo sajón).
Los escritores de ciencia-ficción juegan con desventaja. En primer lugar, el género nunca estuvo bien considerado ni ganó premios, fuera de su ámbito. Además, sus tramas quedan expuestas a la censura de los técnicos expertos en tal o cual campo científico, por no hablar del riesgo de caer en la obsolescencia. Pero Cotta sabe sobreponerse a estos obstáculos y nos ofrece una historia excelentemente construida, que le vale un galardón en el IV Premio de Novela de Ciencia-Ficción «Ciudad del Conocimiento».
La novela es interesante y extremadamente directa, como el género exige. Los extraterrestres aparecen ya en el primer párrafo y el autor no «rellena» —como muchos otros hacen— con innecesarias descripciones ni divagaciones, sino que narra con ágil ritmo, sin detenerse y sin dejarnos perder el interés; cuanta una historia de una manera pulcra, honesta y eficaz, algo que los lectores agradecerán.
El tono de humor está presente, de una manera sutil pero siempre perceptible, con naturalidad y sin afectación. Sus personajes de Fray Turbo y Fray Nadie nos evocan —no sabemos por qué, pero lo hacen— a los robots constructores de planetas de las novelas de Stanislav Lem. El estilo es extremadamente «legible», sencillo a la vez que elegante, con mucho diálogo, que hace avanzar la acción sin desviaciones. Esto —a mi ver— es de lo mejor que se puede decir de una novela que pretenda ser algo más que un experimento joyceano. La terminología religiosa (pantocrátor, abad, monasterio, ermitaño) aplicada a la ciencia-ficción resulta en extremo novedosa.
En lo argumental, hallamos muchos elementos de interés: la avanzadilla estelar, la prisión, la fuga, la culpabilidad. No entraremos en detalles para no provocar un spoiler (lo que significa «estropeador»; ‘estropeamiento’ debería ser ‘spoiling’, pero, en fín, ¡allá los ingleses con su sempiterno desconocimiento gramatical!). Solo diremos que no se pueden poner defectos a su trama ni a su estructura.
En resumen, una obra nuestra —hispana, nos referimos— que no tiene que envidiar a las novelas simbólicas de Ray Bradbury.
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