El club de los poetas muertos

 


En lo que voy a decir

no hay excepciones: aquellos

que a enseñar literatura

dedicamos nuestro esfuerzo

tenemos un film de culto

—no importa si es malo o bueno—

pero que nos llega al alma

y al que a rabiar defendemos.

Y si alguno lo critica

se pone en peligro cierto

de que le partan un radio,

un húmero u otro hueso,

porque un profesor precisa

para vivir los concretos

ideales que nos brinda

El club de los poetas muertos.

 

En este siglo de inopia,

de descontrol en los métodos

de enseñanza, pasotismo,

burricie, hijos de la ESO,

«Grandes Hermanos» en casa,

menos clases que recreo,

anticientifismo claro

de padres, libros de texto

con falacias y mentiras,

pasión por los videojuegos,

desprecio por la lectura,

total falta de respeto

en las aulas, siempre llenas

de macarras navajeros,

y esas novedades que

son regalo de estos tiempos,

una película digna

sobre el enseñar en serio,

sobre el luchar contra el monstruo

del inmovilismo pétreo

es la mar de refrescante

y entraña bastante mérito.

 

Lo que es, no será mañana

—dice Keating, el maestro—,

ni fue ayer ni antes de ayer:

sólo es hoy, sólo está siendo

aquí mismo, entre nosotros,

ahora y en este momento.

No miremos al futuro

aunque parezca halagüeño.

No nos apene el pasado

que regresa en el recuerdo.

Hagamos cosas, cojamos

a los toros por los cuernos,

vivamos intensamente,

riamos, hagamos versos,

besemos a muchas chicas

—o a los chicos, si queremos—,

dejemos que el corazón

manifieste sus deseos,

no reprimamos las ganas

de comer un caramelo,

cantar a grito pelado,

pisar el césped, meternos

con Kant y con Aristóteles,

decir a los cuatro vientos

que somos libres y hombres,

santos, héroes y gamberros.

Carpe diem: aprovecha

lo que te ofrece el momento.

 

Está claro que, al final,

el autor del manifiesto

se queda sin su trabajo

cual yo quedé sin abuelo,

pero esto no importa mucho.

Lo esencial es que ese genio

libera los corazones

y las mentes o intelectos

de aquellos sacos de hormonas

que llamamos quinceañeros.

Y muchos de ellos reaccionan

y juran por San Frumencio

que serán seres indómitos,

rebeldes, únicos, ellos,

que no les alienarán

ni les moverán ni un dedo

como ellos no den su venia

y tengan ganas de hacerlo.

 

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