Cómo y por qué me echaron del ABC

 


 La carrera periodística más corta de la historia

 Aún no les he contado este curioso (y honroso) episodio de mi vida. No tiene maldita la gracia, pero es cierto.

Fue durante el año 1985. Yo enseñaba literatura a los alumnos que se dejaban en una universidad de Nueva Delhi. Un conocido mío, redactor del ABC, me vino a ver y me dijo algo de este jaez:

—¡Hombre, Enrique! Tú podrías ser corresponsal para nuestro diario. Vives aquí, conoces el país y sabes poner una coma en su sitio.

—Y el punto y coma, que es más difícil aún —presumí yo.

—Efectivamente. Así es que te voy a proponer a la dirección. ¿Qué te parece?

Yo vivía alejado por completo de España. No consideré la implicación de escribir aquí o escribir allá. Para mí sólo se trataba de escribir. Así es que acepté hacerlo para el ABC como habría aceptado hacerlo para cualquier otra combinación de letras que me lo hubiera propuesto.

Poco tiempo después la cosa se formalizó. Recibí carta de bienvenida del jefazo, carné con foto y número para poder mandar textos por satélite o cosa parecida. Anunciaron en el diario mi incorporación a bombo y platillo, mediante un suelto elogioso (no sé por qué; yo no era famoso ni nada. Supongo que preferían mentir diciendo: «Hemos incorporado a nuestra plantilla a un gran intelectual, eminencia de las letras» en lugar de decir: «De ahora en adelante, un pelanas desconocido nos mandará cosas escritas desde Nueva Delhi. Le hemos elegido porque, como ya vive allí, no hay que pagarle dietas y nos sale más barato que un corresponsal de verdad».)

Me mandaron instrucciones sobre longitud del texto y pesetas a cobrar. Me dijeron que escribiera «sobre la actualidad india». No especificaron nada más.

Mi primer escrito (y último, tal como resultó la cosa) trataba de Union Carbide.

No sé si recuerdan el hecho: una fuga química en la ciudad de Bhopal, capital del estado de Madhya Pradesh, en el corazón del país, en 1984. La mayor catástrofe química de la historia. Miles de personas murieron mientras dormían; otros miles, después. Cientos de miles quedaron con secuelas que duran hasta la fecha. Un verdadero horror. Fue el Chernobyl de la química.

Aquello se convirtió en una ciudad de zombies (Yo pasé por allí en coche seis años después y sus habitantes estaban entontecidos y tenían problemas para hablar. Los niños fueron los más afectados.)

La noticia local que yo transmitía y comentaba no la recogían las agencias internacionales. Era, pues, una noticia de la que el ABC no tenía noticia, valga la redundancia, y sólo la podía saber por mí, que estaba allí para eso, vamos, creo yo. Se trataba de que la empresa estadounidense Union Carbide (sita en la India para no contaminar su país) se había negado a dar ni una rupia de indemnización a nadie, ni a familia de muertos, ni a enfermos, ni «na».

Alegaban que las instalaciones eran defectuosas y que el mantenimiento era malo y que ellos se lavaban las manos de todo el asunto y que se llevarían sus infraestructuras a otro país «en vista de lo mal que les había tratado la India», cuyos habitantes no sabían morirse sin quejarse.

Todo esto rezumaba injusticia, porque las instalaciones eran suyas y los indios que trabajaban en ellas, sus empleados. Si el mantenimiento era malo ellos (los jefes americanos) tendrían que haber despedido mucho antes a los malos profesionales. En fin: sus argumentos era sólo subterfugios para no soltar la pasta.

Pero yo no escribí entonces nada de esto. Ni siquiera critiqué a los dueños de la empresa. No hable de explotación del Tercer Mundo, indiferencia hacia los miles de víctimas, avaricia ni cosa parecida. (Fue quizá porque no tenía bastante soltura o valor para hacerlo en mi primer artículo, pero el caso es que no lo hice.

Me limité a contar que Union Carbide no pagaba, que el gobierno indio estaba que trinaba y que los supervivientes afectados no decían nada porque estaban tan malitos que no tenían fuerza ni para protestar.

Como fuere. Mandé mi escrito y a los pocos días recibí una carta del jefazo bienvenidor de antes, donde mi indicaba que mi artículo ofendía «innecesariamente» a la multinacional Union Carbide, que yo no había entendido «la línea editorial» de la empresa y que —si quería continuar vinculado a tan prestigioso diario— me dedicara en el futuro a esos reportajes tan pintorescos «que de seguro no han de faltar en un país tan colorido y bello como es la India» (sic).

Ni que decir tiene que no publicaron el artículo. Ni me lo pagaron, claro está.

Hice añicos mi carné de ABC con unas tijeras y así fue cómo terminó mi aventura periodística.

(Todavía hoy la gente de Bhopal sigue sufriendo las secuelas.)

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