La historia del mundo a cachos - LA PREHISTORIA

 


 

LA PREHISTORIA

 

          ¿Cómo vivían nuestros antepasados? ¿Cómo eran sus casas, sus chalets y los uniformes de sus bomberos? ¿Comían huevos fritos o solamente ensaladas? ¿A qué horas sacaban a pasear al perro?

          Si somos muy curiosos y queremos enterarnos de estas cosas, entonces no tendremos otro remedio que ser muy valientes y beber en las fuentes de la Historia. Esto de beber en las fuentes es broma, claro. No hay que beber nada, si no tenemos sed. Lo que hemos de hacer es leer libros sin saltarnos páginas y abrir las orejas a lo que nos digan los maestros, que nos contarán cosas curiosas que pasaron hace mucho tiempo. Seremos entonces alumnos historiados, o historizados, o historicizados, o... bueno, no sabemos muy bien cómo se dice, pero sabremos mucho y sacaremos buenas notas, con lo que nuestros padres tendrán que hacernos bonitos regalos por haber sido buenos estudiantes.

          Pero, ¡ay!, antes de que empiece la Historia hay que enterarse de la Prehistoria, igual que antes de ver una película en la «tele» hay que tragarse los anuncios de esos coches tan chulos que van siempre por carreteras por las que no pasa ningún otro vehículo. La prehistoria es la historia «pre» —esto es, «la de antes»— y duró hasta que las gentes empezaron a saber escribir y pudieron apuntar las cosas que habían pasado y escribir cartas a su tía Mercedes.

          Así es que estamos hablando del periodo que acabó más o menos por el año 3.000 (en otoño) y que empezó, también más o menos, en el año... 5.000.000 (cinco millones, ¡hala!, ¡cuánto tiempo!), que fue cuando a los primeros homínidos les dio por aparecer. Como surgieron después de una desglaciación (cuando todo el hielo se fundió), esos hombres llegaron bastante mojados.

          Se les llamó homínidos a sus espaldas, porque si te oían llamarles eso, se enfadaban mucho. Hubo varias clases: en África apareció el Australopitecus Anamensis, que era capaz de caminar con solo dos piernas y también ir a la pata coja, dando saltitos. Luego vino el Homo Habilis, que sabía hacer cosas con piedras (cuchillos y collares, para entretenimiento de hombres y mujeres, respectivamente) y tardaba muy poco en resolver los crucigramas. Los Homo Erectus fueron los siguientes en dejarse ver por el planeta. Estos señores, como su nombre indica, estaban ya erguidos todo el rato, por lo que se cansaban bastante (sobre todo a la hora de dormir de pie, apoyados contra un árbol).

          Hace unos 780.000 años (siempre más o menos) apareció el Homo Antecessor, que no hizo absolutamente nada sino ser el antepasado del Hombre de Neandertal y del Hombre de Cromagnon, que se llamaron así porque cogieron el nombre de su pueblo. Finalmente surge el Homo Sapiens (hombre sabio), que es la especie a la que todos nosotros pertenecemos. (Bueno. Todos no, porque ¡hay cada zopenco por ahí!).

 

EL PALEOLÍTICO

 

          El Paleolítico es la primera etapa de la Prehistoria y duró hasta el año 8.000 y hasta puede que un poquito más, porque nadie está muy seguro y los que escriben los libros ponen esa fecha porque alguna tenían que poner.

          Como en aquellos  tiempos no se había inventado aún la agricultura, los supermercados ni los chefs, los prehistóricos comían la carne que cazaban (cuando no eran los animales los que les cazaban a ellos), el pescado que atrapaban cuando tenían mucha suerte y las frutas silvestres que hallaban por ahí cuando salían a hacer footing. Comían también raíces, larvas, huevos de cualquier bicho... en fin: se comían todas las porquerías que se encontraban y a veces tenían unos dolores de estómago impresionantes.

          Para pasar la noche calentitos buscaban sus cuevas cerca de los ríos, para poder lavarse los pies de vez en cuando, porque, si no, el olor dentro de las cavernas podía producir desmayos prolongados. Cuando faltaba la caza en un lugar, los hombres primitivos tenían que hacer las maletas y marcharse a otro, pero no les importaba, porque tenían mucha práctica en hacer las maletas y, como poseían muy pocas cosas, no tardaban casi nada y hacían el equipaje en un periquete.

          Se organizaban en clanes o grupos familiares de 30 ó 40 individuos y varios perros pachones. Para que tomara las decisiones, solían nombrar a un jefe, que siempre era el más bruto de todos. En estos grupos siempre solía haber un «manitas» (que sabía construir hachas, martillos y otras cosas), un forzudo (que traía piedras gordas para que los demás se sentaran) y uno o dos tontos de capirote, que eran como el tonto del pueblo del futuro, solo que en el pasado. Estos solían tener muchos accidentes: eran los que se caían de los árboles y los que se comían sin querer las setas más venenosas.

          En este tiempo se hicieron varios avances interesantes. Un hombre inventó la rueda, pero los de una tribu vecina se la quitaron y luego el inventor no se acordaba de cómo la había hecho, por lo que no hubo rueda hasta siglos después. Cuando se volvió a inventar, aparecieron también las señales de tráfico, que decían por dónde se podía pasar y por dónde no.

          El fuego fue un descubrimiento más fácil. Un día cayó un rayo de un árbol y este empezó a arder. Un prehistórico que pasaba por allí lo vio y exclamó: «¡Krugprinkroftp!», que es una expresión de sorpresa que en lengua paleolítica quería decir «¡Ay. mi madre!». Luego cogió una rama y la llevó a su cueva. Todos le alabaron mucho; pero cuando el fuego se apagó y el prehistórico no supo cómo encenderlo de nuevo, le dieron una gran paliza entre todos. Después aprendieron a hacer fuego frotando ramitas, pero se tardaba un montón de horas y varias tribus decidieron no hacerlo porque les aburría estar frotando y frotando sin parar. Otras sí lo hicieron, para poder calentarse en invierno y freír las croquetas.

          Los paleolíticos fueron artistas también. Tallaron en piedra unas figuras que representaban mujeres gordas, que eran como diosas de la tierra y de la fertilidad. Se hacían en piedra, hueso o marfil (cuando se encontraban por suerte con el esqueleto de un mamut) y se tardaban mucho en fabricar, pero ellos no tenían prisa por ir a ningún sitio, porque en aquellos tiempos no había ningún sitio interesante al que ir. A estas figuras se las llamó arte mobiliario, que no quiere decir sillas, mesas y armarios, sino arte que se puede mover y llevar de un lado a otro porque pesa poquito.

          También hicieron arte rupestre, que eran pinturas en las paredes de las cuevas. Este arte lo descubrió una señora que vio que su niño se había comido un carnero y luego se había limpiado en la pared (¡el muy cochino!), dejando en ella una gran mancha de grasa con la forma de la mano. Le dio varios tirones de orejas, le castigó sin postre y le chilló mucho (las madres paleolíticas ya chillaban si veían la casa sucia); pero cuando llegó el padre y lo vio, le gustó y empezó él también a manchar la pared con formas, usando como pincel el rabo de una vaca. (Los gritos de su mujer se escucharon en todo el valle.)

          Las figuras que han quedado son bisontes, ciervos, jabalíes, caballos, etc., todo cosas de comer. Por eso, algunos expertos dicen que las cuevas en donde aparecen estas pinturas eran restaurantes del Paleolítico y que los camareros pintaban «la carta» en las paredes para no tener que llevarles a los clientes una pesada piedra tallada con el menú del día.

          Ya el final de la era, para fastidiar a los niños, los hombres prehistóricos inventaron la forma de cultivar las verduras, esto es: la agricultura. Desde entonces hay cebollas, tomates, pimientos y esas cosas que saben tan mal y que las madres obligan a comer a sus hijos porque dicen que son muy sanas.

          (Hay que advertir que, en aquellos tiempos, todo el mundo comía cosas sanas y sin conservantes ni colorantes. Tampoco fumaban ni bebían; pero aun así las gentes no vivían arriba de los treinta años. ¡No nos lo acabamos de explicar!)

(CONTINUARÁ)

 

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