Los tres Enriques

          Advierto de antemano al lector que este escrito es un ejercicio de vanidad como la copa de un pino. Pero como leerlo no es obligatorio, todo aquel al que le chinchen los presumidos puede saltárselo tranquilamente.

          Me flexiono varias veces (reflexiono, quiero decir) en relación a lo que me gustaría que la posteridad pensase de mí, si no desaparezco en el olvido y si es que los hombres de la posteridad pensarán en algo o serán como los de ahora.

          Me han preguntado muchas veces cuál de mis libros es mi favorito o el mejor de los que he escrito. Con todos mis respetos, es una pregunta bien majadera que no pienso contestar.

          Sí puedo decir, en cambio, qué obra u obras mías será la más fácilmente recordable. Y no se trata de un libro, sino de una docena o más.

          Se trata de mis «Historias cómicas», que son prácticamente libros de texto de diversas materias, solo que contadas en broma, aunando los datos fidedignos (para que el lector aprenda) con la parodia, la sátira y el cachondeo (para que el lector se divierta). Hasta la fecha (noviembre del 2020) llevo publicadas historias cómicas de España, de la literatura mundial, del cine, de la música, de la filosofía, del arte, de la ciencia, del teatro español, del derecho, de la zarzuela, de la cocina y de la arqueología. Está en prensa la de la locomoción. Y estoy escribiendo las de la medicina, de la psicología y del libro. Y aún se me ocurrirán otros temas. (Tenía pensado escribir la Historia cómica de la estupidez humana, pero ya estoy viejecito y  no tengo tantos años por delante como para acabarla.) Todas ellas suman (por ahora) diecisésis libros de igual estilo y parecidas proporciones. Son una verdadera serie, más corta que los Episodios nacionales de don Benito pero más larga que muchos de los libros de muchos autores premioplaneteados.

          Es obvio que el párrafo anterior era el minuto de publicidad y que mi intención al escribirlo era conseguir que si algún lector había leído alguno de estos libros y le había gustado, se animase a comprar otro parecido o (y esto sería lo deseable) todos los demás. Pero sí es cierto que una colección como la de mis «historias cómicas» ayuda a que se recuerde a un autor.

          Lo que ya sería el colmo del éxito y una gran voluptuosidad con la que yo disfrutaría sobremanera sería que cuajara la noción que presento de «Los tres Enriques», que paso a explicar ipso facto.

          La noción (pendiente de patente) consiste en el reconocimiento de que tres enriques han contribuido de manera substancial al humor español.

          El primero sería Enrique Jardiel Poncela, renovador del teatro cómico, novelista de éxito  y que además destacó en... (Todo esto no hace falta decirlo. La calidad literaria de Jardiel nadie la pone en duda a estas alturas de la película).

          En cuanto al segundo enrique, sí tendré que extenderme más.

          Se trata de Enrique García Álvarez, un humorista perteneciente a la generación del 98 y que aunque olvidado hoy, fue famosísimo en su momento. Escribió un montón de cosas, aunque principalmente obras de teatro en colaboración, y fue un precursor en cuanto a los procedimientos de humor se refiere.

          Jardiel Poncela escribió sobre él lo siguiente:

 García Álvarez, muerto recientemente, no sólo es otro de los grandes autores teatrales españoles contemporáneos sino el único que, en su género, ha rozado varias veces lo genial.

          Personalidad absorbente a la que no sabían ni podían sustraerse sus docenas de heterogéneos colaboradores, y así lo prueba la absoluta unidad que se advierte en todas sus comedias. García Álvarez influyó, transformó y azuzó a quienes ya poseían una manera propia y condujo, orientó y creó a quienes no tenían todavía un cotilo absolutamente personal. Ingenio que anonada por su riqueza e intuitivo genial. García Álvarez ha dado a luz un Teatro cómico violento, grotesco, fantástico, maravillosamente disparatado, sin antecedentes en nuestro país ni en los ajenos.

 

          Yo, siempre que puedo, intento mencionar a este señor y reivindicar su nombre. Y aquí lo hago de nuevo.

          Y en tercer lugar en esta carrera de enriques está un seguro servidor de ustedes, asiduo contribuyente al humor español, si no en calidad, sí al menos en cantidad.

          (Porque la otra opción es que no se me recuerde en absoluto. Y, si se me recuerda, será como «el Jardiel malo», para no confundirme con mi abuelo.)

          Y el tocayismo de las tres personas mencionadas podría emplearse para un uso adjetival. Mi mayor ilusión sería que existiera el adjetivo ‘enriquesco’, significando que algo es gracioso. Que cuando se dijera «este libro es muy enriquesco», la gente entendiera que era una obra muy divertida con la que te lo ibas a pasar muy bien.

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