Poesía desnuda de ropajes



Yo quise escribir versos
y me apunté a un cursillo,
a un taller de poesía que daban
en el centro cívico de mi barrio, allí a la vuelta,
—junto a la peluquería unisex, ya saben dónde digo—
lunes, miércoles
y viernes.
Quise aprender a rimar cosas
pero tuve bastantes problemas
y no
me aclaraba con lo de la rima
ni el ritmo
ni la medida ni todas esas zarandajas antiguas.

Primero me frustré
bastante
hasta que descubrí con
alborozo
que Aleixandre, Neruda y otros
tipos que habían ganado premios nóbeles
tampoco sabían
una puñeta de versificar, contar
las sílabas ni nada.

Se me quitaron los complejos,
pasé del verso clásico como del estiércol
(¿ven qué fino?)
y me dedico desde entonces
al verso blanco
que es más sencillo,
¡dónde va a parar!,
porque no hay que aprender nada en absoluto
para ser escritor de este tipo de versos
y no aprender mola.
No me molesto, pues, con la rima
ni con ninguna otra cosa.
¿Para qué?
Pongo las palabras que me salen
de los mismísimos
en líneas las unas debajo
de las otras y ¡a ver quién es
el guapo que dice que
así no es escribe, si lo han hecho
tántos y tan famosos,
han ganado sus buenos cuartos
y el título de modernos!

Ahora
presumo con mis amigos
de poeta ultimísimo,
hago versos como churros
y hasta puede que gane algún
concurso.

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