Antonio Ballesteros González: Palabras de sándalo. Sandalwood Words, Camelot, Oviedo, 2020, 124 págs.
Antonio Ballesteros
lo ha logrado de nuevo: ha sabido conmovernos y hacernos disfrutar con la magia
de las palabras en este tercer poemario que da a la imprenta, como ya lo hizo con
anterioridad en Manual de madrugadas y Manual de atardeceres, que
ya tuvimos el placer de reseñar.
Lo hace ahora con
haikus, en una edición doble —que no bilingüe—, donde nos presenta un mundo poético
en castellano y otro en inglés, sin ser uno de ellos una versión del otro, sino
una ilustrativa muestra de cómo dos lenguas poseen sensibilidades distintas y
una marcada personalidad cuando se las emplea para describir emociones semejantes.
El resultado es una lograda fusión de dos culturas poéticas, un valor añadido
al mensaje del libro.
El empleo del haiku
no es nuevo en la poesía hispana. Nada menos que Antonio Machado fue su ilustre
introductor y, más tarde, Lorca, Juan Ramón, Guillén, Emilio Prados, Juan José
Domenchina e incluso Luis Cernuda lo emplearon eventualmente, por no mencionar
a Borges. El haiku tradicional consta de tres versos de rima libre de 5, 7 y 5
sílabas, aunque en la poesía japonesa moderna se permite combinar pentasílabos
y heptasílabos en diferentes combinaciones, en pro de la variedad. Esto sucede
en este poemario experimental de «haikus libres», en el que se mantiene el espíritu
de la composición, pero eliminando su rigidez académica. Lo que sí respeta y
cumple Ballesteros de la definición básica de este tipo de composiciones es su intención
de causar asombro y emoción, objetivo que consigue en todas ellas. El elemento
de asombro es esencial en muchas formas de poesía asiática, especialmente en
las breves o aparentemente más sencillas. En ellas, la elección de una palabra
inesperada, la inclusión de una metáfora original y hábilmente condensada, de
un símil feliz, de una anfibología acertada son esenciales para su calidad,
pues producen en el lector el efecto de la sorpresa, un elemento estético
esencial en cualquier género. En cuanto a la emoción es algo que no decae en todo
el libro, algo realmente difícil de conseguir cuando se trata de una sucesión
de poemas intimistas, como es el caso presente.
Ya el título nos
hace penetrar en un ámbito elegante y pleno de sinestesias, con ecos del simbolismo
y modernismo. Abundantes expresiones como «suspiros azules» realzan los textos, dotándolos de
una belleza sensorial que nos acompaña durante toda la lectura. La belleza formal
no se consigue aquí mediante rebuscados cultismos ni exotismos forzados, sino dejando
que las palabras hablen por sí solas, con esa habilidad becqueriana de hacer
poesía con los vocablos más simples y, por ende, más sinceros de la lengua.
En cuanto al contenido, hallamos amor y
ternura reconcentrados, como en una exhibición de la multiplicidad en la que se
puede presentar la expresión amorosa. Pero hay más: cercanía a la naturaleza y
a sus manifestaciones, vivencias íntimas, multiplicidad de estados de ánimo, tristezas
y alegrías, un mundo cerrado de sentimientos donde no entra el estruendo de la
vida cotidiana; en suma: verdadera poesía romántica en la mejor acepción del término.
Los poemas nos transmiten una genuina sensación de quietud, de silencio y también
de permanencia. Entramos en un cosmos separado, donde los valores son otros,
donde la poesía reina como realidad absoluta. Disfrutamos de la literatura en
su forma pura, hasta el punto de que, al acabar la lectura, casi cuesta trabajo
volver a adaptarse al mundo exterior. Este es el supremo objetivo del escritor
y su mayor contribución a la humanidad: la creación de universos paralelos para
explorar y perderse en ellos. Antonio Ballesteros nos regala un mundo más en el
que vivir.
No quedaría completo este análisis si no
valoráramos como se merecen las imágenes que acompañan al texto y que sorprenderían
por su calidad en cualquier exposición. No son un mero complemento, sino obras
artísticas per se, que sus sombras, sus tonos grises, sus degradados y
su lejanía, por así decirlo, encajan a la perfección en el texto y contribuyen eficazmente
a la creación de esa atmósfera irreal que el poeta pretendía crear.

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