Lope de Vega, en su Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (indiquemos que por «este tiempo» el
hombre se refería a 1610, cosa que ya nos pilla un poco lejos), dio a sus
discípulos pautas y más pautas para que no metieran mucho la pata a la hora de
componer piezas para la escena. Es un libro admirable, pero perfectible.
Así es que aquí vamos a perfeticio... perficcio... perfectibiliz...
a dejarlo mejor de como estaba, vaya
Y lo haremos ofreciendo al lector un bastidor literario y
sinopsis argumental standard, como las que los autores barrocos
emplearon una y otra vez con reiterada pertinacia con el doble objetivo de
contribuir al excelso arte de Talía y a embolsarse algunos maravedís,
maravedíes o maravedises (que de las tres formas puede decirse).
Alguien me aducirá que ya no estamos en el barroco y que
enseñar a la gente a escribir comedias barrocas es una soberana estupidez y
obvia pérdida de tiempo. Es cierto. Pero, por otra parte, es un área de la
creación literaria en la que hay muy poca competencia, ya que nadie se dedica a
ella, con lo cual es más fácil destacar.
He aquí el cañamazo sobre el que basar la obra barroca que
queramos escribir:
El caballero
español, con el fideo sobre la barba, el estómago vacío y varios metros de
terciopelo sobre su persona, sale a la calle el domingo y, camino de la
iglesia, encuentra a la dama de sus sueños, que le enamora con un sólo ojo,
pues las damas se tapan la cara con un manto para no provocar. Pero en este
caso un sólo ojo es suficiente.
El protagonista la sigue y ella camina lo bastante deprisa
para que no parezca que le complace la cosa y lo bastante despacio para que él
no la pierda de vista. Por fin la dama llega a su casa, aunque se detiene en el
portal para que su admirador vea bien dónde se mete. En adelante, el callejón
lleno de barro y de estiércol será la basílica de las peregrinaciones del
caballero. Pero su amada —¡oh, desdicha!— nunca sale sola, sino con una dueña
mal encarada, aunque echándole siempre miradas ardientes al admirador que suda
en verano y se hiela en invierno bajo sus ventanas.
Un día, la dama acepta un billete lleno de versos firmados
por el caballero (pero en realidad escritos por Garcilaso). La dama admite al
galán, que se entrevista con ella en las rejas de su casa.
El amor aumenta y ella le permite que, en la ausencia de
sus familiares, le visite en su aposento, donde el amante entra con una llave
que la dama le ha dado desinteresadamente al criado y que éste le ha vendido a
su amo a peso de oro. Una vez ambos están encerrados en la habitación, él le
regala a su amada un mantón y ella le corresponde con unas camisas en las que
le ha bordado sus iniciales.
En ese preciso momento llama a la puerta furiosamente el
padre o el hermano de la joven, que suele tener un genio muy malo. El amante se
esconde en el retrete mientras la doncella se da polvos en la cara para
disimular y el padre o el hermano cuenta cómo han golpeado a un criado que
hacía guardia en el callejón. Cierran las puertas para que nadie pueda entrar
—ni salir— y se retiran. Para darle más emoción a la escena, suelen comunicarle
a la dama su propósito de casarla en breve plazo.
En previsión de estas peripecias los arquitectos hacían los
pisos bajos y con ventanas de fácil acceso. El caballero salta y escapa sin
sospechar que se ha dejado olvidado su puñal, que era un regalo de un pariente
y del que no se hallan dos iguales.
El hermano
descubre el engaño y encierra a la dama. Para llevar un billete amoroso el
criado del caballero tiene que disfrazarse de buhonero o de gitana de las que
dicen la buenaventura a domicilio. Al salir de la casa de la dama, se le cae al
suelo la peluca.
A la noche siguiente el hermano de la dama y un amigo suyo
atacan en la calle al caballero, que hiere al hermano y mata al amigo. En menos
tiempo del que se necesita para contarlo, el galán huye a caballo de la ciudad
con destino a Valencia o Sevilla. Al saber la desgracia, la dama se priva —como
decían entonces— y el padre jura matar al caballero mientras el hermano gime a
causa de sus heridas.
En otro acto, la protagonista llega a Valencia o a Sevilla
siguiendo a su amado, vestida con un traje de hombre. Durante su estancia
perturba con su belleza a todas las damas, que se enamoran de ella al verla con
vestidos masculinos, lo que provoca en los criados bromas sobre «el hermoso
caballero barbilampiño». Para dar más emoción al asunto, la dama se hospeda en
la misma posada que su amante, sin saberlo; pero cuando va a su habitación para
descubrirse, sufre una desilusión. El caballero se encuentra allí besándole la
mano a una señorita bella y elegante. Tal señorita es la hermana del caballero,
pero como la dama no lo sabe, sufre celos y se retira despechada.
Mientras tanto, el hermano, curado de sus heridas, llega a
la ciudad y, tras averiguar el paradero del caballero preguntando a los
cocheros, cuya indiscreción es proverbial, se dirige a la posada para matarle.
Pero —¡oh, casualidad!— se encuentra con la hermana del caballero, que es de
tal belleza que el hermano de la protagonista olvida todos sus odios. Al
enterarse el caballero de la presencia del hermano, acude para presentarle sus
disculpas, pero se equivoca de puerta y entra en la habitación de una tercera
dama que chilla ante el desconocido. Acude su padre o su marido que, no
contento con las explicaciones del caballero de que sólo ha sido una confusión
de puertas, le provoca a un duelo.
El caballero
da por fin con la habitación de su futuro cuñado, pero no le encuentra allí a
él, sino a una dama tapada —su propia hermana otra vez— a la que confunde con
su dama y a la que dedica palabras amorosas. Su hermana escapa sin descubrirse.
El caballero la sigue y ve que la tapada entra en sus propias habitaciones. Él
entra también y allí sólo halla a su hermana que ya se ha quitado el manto y
que asegura no haber visto entrar a nadie. Por fin, el hermano llega y todo se
aclara. Además, éste le promete al caballero ayudarle a buscar a la dama que ha
desaparecido y acudir con él al duelo.
En el último acto aparece en la ciudad el padre de la dama
que ha venido en persona para solucionar el asunto, pidiéndole ayuda al
gobernador de la ciudad, que es indefectiblemente un amigo de la infancia.
Este
gobernador da la orden de que se detenga al último forastero llegado a la
ciudad, esto es, a la dama vestida de hombre. Los alguaciles la detienen y ella
les revela su identidad. En aquel momento llega el padre de la chica que decide
matarla por haber deshonrado a su familia. Entonces aparece el caballero y
afirma que nadie ha de tocar a su dama en su presencia. Cuando el padre va a
matar al caballero, la hermana de éste interviene y pide clemencia, momento en
el que llega el hermano de la dama y dice a su padre que no permitirá que se
maltrate a su futura esposa.
El padre
sufre un ataque y cuando decide a matar a su hijo por no salvar el honor de la
familia, los vecinos de cuarto llegan para el duelo y le contienen. En el
momento en el que el padre, desesperado por tanta ignominia, intenta
suicidarse, su amigo el gobernador se presenta allí y se lo impide, por lo que
el padre no tiene otro remedio que casar a las dos parejas, dándose así por
terminada la comedia.
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