Los atenienses tenían una muy pobre
opinión de ellos mismos. Por eso, cuando vencieron a los persas en el siglo v a.C., sabían que no había sido por sus
propios méritos, sino que los dioses habían tenido forzosamente que intervenir.
Como los persas eran de natural tozudo e iban a volver a la carga más tarde o
más temprano, los griegos decidieron congraciárselos para tenerlos a su lado a
la vez siguiente y por ello construyeron el Partenón. Que los dioses se pongan
contentos porque los mortales coloquen unas piedras encima de otras es algo que
todavía está por ver.
El caso es que lo hicieron, por
iniciativa de Pericles, que lo decidió alegremente porque él no tenía que
acarrear los pedruscos. Si se les hubiera preguntado a los esclavos de la
ciudad, con toda probabilidad habrían dicho que no era menester hacerlo, pues
Palas Atenea era una diosa muy comprensiva y con unas cuantas flores en
cualquier altarcillo se habría dado por contenta.
Este
templo —dórico como él solo— se erigió en bastante menos tiempo que la Sagrada
Familia y ha dado bastante más dinero en turismo, lo que demuestra que los
griegos nos llevan la delantera en muchas cosas: incluso los griegos de hace
veinticinco siglos.
Está
emplazado en la acrópolis de Atenas, una colina a la que se accede sólo después
de sudar mucho.
El
encargado de esta construcción fue el famoso escultor Fidias, que se quedó con
la mayor parte del presupuesto y subcontrató a Ictinio y a Calícrates para que
realizaran la parte más dura. Lo llevaron a cabo desde el 447 al 438,
trabajando cinco días y medio, pues hacían semana inglesa[1].
Para
la construcción se contó con una patulea de canteros, albañiles, pintores,
herreros, y tiradores de la cuerda (los que hacían funcionar las poleas,
queremos decir; no sabemos si este oficio tiene un nombre específico). Los
trabajadores eran esclavos, metecos (extranjeros) y ciudadanos de los que
estaban muertos de hambre. Cobraban una dracma cada día (cada día que se la
pagaban, que no eran todos). Se dice —y es hecho famoso— que los arquitectos
también cobraban una dracma solamente. Pero lo que no se dice es cada cuanto
tiempo la cobraban (era cada minuto).
El
templo se realizó con mármol blanco procedente del monte Pentélico, de una
cantera elegida por la calidad de su material y porque pertenecía a un cuñado
de Pericles, aunque no creemos que esta circunstancia tuviera nada que ver en
su elección. Este mármol adquirió con el paso del tiempo una fina pátina dorada
(se puso amarillento y viejo, vamos,) lo que le dio un toque vintage. Se usaron 22.000 toneladas de
este material. Se tallaba allí mismo y luego se deslizaban las piezas colina
abajo en unos trineos muy chulos.
La pieza central era una estatua
criselefantina, que no sabemos lo que significa, pero que nos suena a que era algo
impresionante. Representaba a Atenea Párthenos y era de oro y marfil,
concretamente 1.200 kilogramos de oro y el marfil de una manada de elefantes
medianita.
La
efigie estaba colocada en un patio central que se hallaba situado en el centro,
como es la obligación de cualquier patio central digno de su nombre. Amplias
ventanas dejaban pasar la luz con el decidido propósito de iluminar el interior
del recinto de tal modo que el que entrara a contemplar a la estatua de la
diosa se quedara sobrecogido y patidifuso.
Atenea
Párthenos, «la virgen», era la deidad tutelar como ya hemos dicho (y si se nos
había olvidado decirlo, lo decimos ahora) y en su honor el edificio recibió su
nombre. Así es que ‘partenón’ viene a significar el «virginón», lo que no se
traduce porque suena feo.
Según
hemos leído en algún sitio, este edificio es octástilo y períptero, lo que no
deja de ser un consuelo. Aparte de eso tiene pronaos y un epistodomo con
próstilo, lo que nos alegra aún más, si cabe.
Pero
lo que ha hecho famoso al Partenón son, sin duda, sus metopas, que resultan
tremendamente divertidas. Representan diversas escenas mitológicas: la
gigantomaquia en el este, la centauromaquia en el sur, la amazonomaquia en el
oeste y la troyamaquia en el norte. En el tímpano este (no en este tímpano,
sino en el tímpano del lado este) se veía a Atenea naciendo y en el del oeste,
el momento en que discutía con Poseidón por el patrocinio de la ciudad de
Atenas, y después, cuando firmó el contrato por el que se comprometía a ser la
deidad tutelar de la ciudad y defenderla.
En
la parte exterior del muro se añadió un friso con trescientas sesenta figuras.
Estaba a doce metros del suelo, por lo que no era especialmente visible,
circunstancia que aprovecharon los escultores para tallar dieciocho veces la
misma escena repetida, sin que nadie se diera nunca cuenta de ello.
Oficialmente se supone que el friso representa a las Panateneas saliendo de
paseo.
Todo
el edificio estaba pintado de colores vivos, porque los colores muertos le
daban un aspecto demasiado fúnebre. Pero la pintura desaparecía con la lluvia,
por lo que había que estar restaurándolo continuamente. Otra opción que se
consideró para evitar esto fue conseguir que no lloviera nunca. Los atenienses
se pusieron a la tarea de impedir la lluvia y hemos de confesar que estuvieron
a punto de conseguirlo, aunque al final sus intentos no lograron todo el éxito
deseado.
Cuando
se inauguró el templo en el 438 —el día del Corpus—, se acusó a Fidias de
haberse quedado con parte del oro destinado a la efigie de Atenea. Fidias era
amiguete de Pericles y le pidió ayuda, pero el insigne estadista chaqueteó
miserablemente. El gran escultor se fue al exilio —con el oro puesto— y no se
supo más de él, salvo que no volvió a coger un cincel en el resto de sus días,
sino que se dedicó a vivir la vida, convencido de que el trabajo daña a la
salud.
El edificio se ha convertido en uno
de los símbolos más destacados de Grecia, junto con el sirtaki que bailaba Zorba, los bigotes desmesurados y el queso
feta.
A
lo largo de los siglos conservó su función religiosa (salvo las mañanas de los
jueves, días en que se instalaba un mercadillo entre sus columnatas). Fue
iglesia bizantina, iglesia latina, mezquita musulmana y hasta sirvió como lugar
de conferencias de los rotarios en una o dos ocasiones.
En
el año de 1687 los turcos pasaron por allí y usaron el edificio para guardar la
pólvora que necesitaban para sitiar la República de Venecia. Un almirante
veneciano, Francesco Morosini (apellido que significaba que nunca pagaba sus
deudas), disparó un cañón contra Atenas con muy mala idea. La bala cayó en el Partenón
y lo partenó por la mitad. La explosión deterioró un gran montón de columnas y
hay constancia de que al menos ciento cincuenta de las trescientas sesenta
figuras del friso salieron corriendo de allí y no volvieron nunca.
La
cosa no terminó ahí. Allá por el 1810, a principios del siglo vii, Thomas Bruce Elgin, el embajador
británico en Constantinopla, con toda su cara inglesa, desmontó la mayor parte
de la decoración escultórica que quedaba y la hizo trasladar a Inglaterra,
donde se la vendió al Museo Británico, con lo que quien visita Londres no necesita
para nada ir a Grecia[2].
¿Qué más podríamos decir del
Partenón? Podríamos decir muchas cosas, pero entonces no quedaría ningún
misterio y ninguna incógnita. Así es que preferimos callarnos y dejarlo aquí,
lo que resulta mucho más descansado.
[1] Hemos
dicho que hicieron el trabajo, pero no hay verdadera constancia. De hecho, el
ingeniero bizco y romano Vitruvio escribió cuatro siglos más tarde que hubo un
tercer arquitecto, llamado Carpión, del que no se dijo nada, así que es
probable que los subcontratistas sub-subcontrataran a su vez.
[2] En
dicho museo se exhibe también medio Egipto, robado igualmente de su
emplazamiento original, por lo que la entrada al lugar acaba saliéndote muy
rentable, ya que visitas tres países por el precio de uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario