Los diez del milenio

 
(RELACIÓN DE LOS DIEZ TIPEJOS MÁS IMPORTANTES, SEGÚN NO-SE-QUIÉN)

Me compré un Almanaque Mundial, ya saben: esos libros donde te dicen quién ganó qué carrera en qué año y cuántos millones de pollos exporta Namibia.

En él dan la lista —¡agárrense!— de los diez hombres reputados como más influyentes del milenio. La hace un «experto» que, después de ser asesor del presidente Kennedy, no parece que haya encontrado trabajo.

Yo salto, me indigno y luego decido aprovechar el material, tras ver que siete de los diez son ingleses o americanos, ¡qué casualidad!

Somero repaso a los «diez de oro», en orden de importancia:

1.- William Shakespeare, bardo de Stratford-on-Avon. ¡Increíble! De este copión, que tomó todos sus argumentos de leyendas mediterráneas, de las crónicas inglesas o directamente de Christopher Marlowe, es mejor que no diga nada, para no decir algo feo.

2.- Isaac Newton, físico y caballero del Imperio Británico. De quien se dice que descubrió la gravitación universal. Ahora, que yo me pregunto: ¿es que antes no se sabía que se caían las cosas? Yo creo que sí, porque se construían edificios. ¿Tuvo que sentarse él bajo aquel famoso melocotonero y esperar a que le cayese encima la fruta para enterarse de algo que ningún mamífero ignora a los pocos días de nacer? Otrosí, Newton consideraba que su mejor obra y su logro más destacado había sido su interpretación de un fragmento de la Biblia, concretamente del Libro de Daniel. En fin... También nos han dicho que, desde los descubrimientos de Einstein, el concepto de universo newtoniano está ya caduco. Entonces ¿qué hacemos aquí cargando con un anticuado? ¡Fuera Newton!

3.- Charles Darwin, naturalista y liante. Porque el enunciado de las leyes de la selección natural sólo nos ha traído problemas. ¿Qué tenía razón? ¡Pues, claro! Pero si se hubiera callado, habríamos seguido evolucionando igual, sin tener que pegarnos con nadie. Por cierto, llevaba Darwin trabajando en su obra catorce años sin sentirse satisfecho y demorando su publicación, cuando recibió un manuscrito de otro naturalista, Alfred Russell Wallace (1823-1913), que trabajaba en el mismo tema. El propósito de Wallace era que Darwin criticara su obra y le diese su opinión. La lectura de este manuscrito incitó a Darwin a publicar por fin su obra, para evitar el riesgo de que alguien más se le adelantara. (Sin comentarios.)

4.- Nicolás Copérnico, astrónomo y polaco. Fue el fundador del llamado «sistema de Copérnico» (nos lo estábamos imaginando), base de la astronomía moderna. ¡Hombre! Uno que se merece el puesto. ¡Qué sorpresa!

5.- Galileo Galilei, físico redundante. Éste fue el sabio prudente, inventor del dicho coloquial «pa’ ti la perra gorda». En 1632 publicó su Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo, pero no vendió casi nada. Su editor quedó muy decepcionado.

6.- Albert Einstein, ganador del Premio Nobel por sus trabajos sobre el efecto fotoeléctrico. Sin embargo, se hizo famoso por esa otra cosa que nadie sabe bien en qué consiste: la relatividad. Einstein mismo afirmó que, fuera de él y de otra docena más, no había nadie en el mundo que la pudiera entender (seguramente estaba en lo cierto). Aun así, se le venera y nadie se ríe de sus bigotes, a diferencia de los de Nietzsche, que siempre han sido objeto de mofa y escarnio indebidos.

7.- Cristóbal Colón, genovés y gallego (no queremos herir las susceptibilidades de nadie). No negamos que el tal hizo cosas. Pero, visto el panorama actual del continente que descubrió nos preguntamos si no hubiera sido mejor que se hubiera estado quietecito.

8.- Abraham Lincoln, oriundo de Illinois (ya son ganas) e inventor del pararrayos (¿me estaré confundiendo con Franklin?). De verdad: no sé a qué viene esta idolatría de presidentes ni en qué contribuyó especialmente el bueno de Abraham a la raza humana, como para labrarse un puesto en los Top Ten de la civilización. Puestos a elegir presidentes, yo me quedo cien veces con Pi y Margall, ¡dónde va a parar!

9.- Johannes Gutenberg, impresor en bancarrota. Otro plagiador. La afirmación de que la imprenta de tipos móviles se debió a él es una noción emprejuiciadamente eurocentrista, pues esta forma de impresión era ya conocida y empleada en la antigua China desde el año 960 (empleándose tipos de madera, cerámica, estaño y bronce). No se generalizó allí debido al elevado número de signos de escritura empleados por los chinos. O sea, que el alemán tuvo suerte. Y hay una historia sobre cómo se le ocurrió el empleo de tipos móviles: un sacristán amigo suyo estaba enamorado de una joven y grabó con un cuchillo la inicial de su amada en un árbol. Separó del árbol el trozo de corteza y lo envolvió en un pergamino. La resina marcó en el pergamino la forma de la letra y Gutenberg, al enterarse, decidió convertir aquel gesto poético en moneda contante y sonante.

10.- William Harvey. ¿Quién era este tipo y qué hizo? Pues dicen las malas lenguas que descubrió la circulación pulmonar de la sangre en 1616. Y, por su culpa, el pobre de Miguel Servet —que la había enunciado unos setenta años antes— no vio nunca ni un céntimo de royalty.

En resumen: que me parece que esta lista incluye a algunos cantamañanas.

Mi lista preferida incluiría al Marqués de Sade, a Jack el Destripador, a Margaret Tatcher, a Fujimori, a Enrique VIII, a Rasputín, a Benvenuto Cellini, al estrangulador de Boston, a Michael Jackson, a don Pedro el Cruel, a Bukowski, a don Wifredo el Velloso y al ignoto inventor del teléfono móvil, entre otros.

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