Crítica
de la película de David Lean, porque su libro autobiográfico, Los siete pilares de la sabiduría, es totalmente infumable
Hoy
deconstruiré una «peli»
requetegalardonada
con
óscares y demás
llamada
Lawrence de Arabia.
¿Por
qué? Porque me apetece
mucho
el hacerlo. ¿Qué pasa?
(Ahora
creerán los lectores
que
esto lo hago por ansia
de
dejar a David Lean
en
ridículo. Pues nada,
se
equivocan; porque yo
—que
soy más malo que un ántrax
con
muchos— puedo apreciar
las
cosas buenas que saltan
a
la vista y, aunque a veces
escriba
en tono de chanza,
no
significa que no
me
gusten mil obras clásicas
del
arte, como es el caso
de
la cinta mencionada.)
La
actuación merece un diez:
Alec
Guinness, ¡qué pasada
de
actor! Seguro que todos
recuerdan
lo bien que estaba
en
el Río Kwai, en Zhivago,
en
Pasaje... y otras tantas
producciones.
Yo les juro
que
actúa mejor que Ana
Obregón
y que el Noriega,
(que
son lo que ofrece España).
¿Y
Omar Sharif? ¿Qué me dicen?
¡Lo
guapísimo que estaba
de
árabe malo, en camello,
cuando
la toma de Áqaba!
Al
O’Toole y a Anthony Quinn
alabarles
no hace falta
porque
ya sabemos todos
que
son actores de talla.
Una
anécdota curiosa
(aunque
yo no sé si falsa)
cuentan
sobre su rodaje,
relativa
a una manada
de
caballos alazanes
que
habían costado una pasta:
pues
resulta que en la toma
había
una cabalgada;
los
«extras» eran gitanos
(pues
esto se rodó en Anda-
lucía,
no estoy seguro
de
si fue Almería o Málaga).
Pues
el caso es que corrieron
hasta
una buena distancia.
A
David Lean le gustó
la
toma y la dio por válida.
Pero
cuando dijo: «¡Vuelvan!»,
ellos
dijeron: «¡Naranjas
de
la China!» y se largaron
a
celebrar la artimaña
llevándose
los caballos
y
un buen montón de chilabas.
Bueno,
como les decía:
la
«peli» es buena, aunque larga.
Cuatro
horas de desierto
que,
la ves, y en cuanto acabas
te
vas al bar más cercano
y
te bebes siete «Fantas»,
porque
la historia conmueve,
pero
da una sed que espanta.
La
cosa va de un teniente
más
pirado que una cabra
al
que le gusta sufrir,
que
le zurren la badana,
que
le insulten, que le escupan
y
yo diría que hasta
que
le hagan algo muy feo
—no
es cosa para nombrarla—
que
le hace un effendi turco,
dejándole
hecho una lástima.
En
fin: el teniente tiene
la
voluntad empeñada
en
que los árabes tengan
un
país como Dios manda
y
para eso pone bombas
en
los trenes y se carga
un
buen puñado de turcos
que
no le habían hecho nada.
Pero
como él es inglés...
pues
es el bueno. Y no pasa
nada
porque escabechine
a
los turcos a mansalva.
La
moraleja es que hay
dos
categorías humanas:
occidentales
y cafres;
si
eres inglés, pues te hartas
de
darle gusto al gatillo
y
te dan una medalla,
y
si eres tercermundista
te
endiñan y tú te aguantas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario