Entre la temática más recurrente de las que estudia la
hermenéutica literaria actual ocupa un lugar destacado la aparición continuada
en la poesía hispana de los artefactos refrigerantes varios. Nos ocuparemos
brevemente en estas páginas del ventilador, elemento con plena vigencia ya en
el Medioevo, y nos ocuparemos en otra ocasión de los acondicionadores de aire,
cuyo estudio detallado merece consideración ponderada.
Aunque ya en el Poema del Cid hay
menciones oscuras sobre este invento, la primera cita datada con seguridad, la
primera referencia que hallamos, se encuentra en Berceo, miembro de la clerecía
que se solía mester a describir su entorno con una candidez que hoy nos
conmueve. En los Loores y más loores de Nuestra Señora hallamos el
siguiente fragmento en cuaderna vía:
Era un sabio de fixo e muy grande senyor
quien fue deste artefacto el primero inventor.
Non ha mexor remedio para evitar calor
que
aquest ventiladero o aquest ventilador.
Es veloç
e lixero e elegante e bonyto
e
munchas cossas que, por abrebiar, omito;
quand’ quiero yo lo pongo, quand’ quiero yo lo
quito
desfruto en grand manera con el su ayre freçquito.
La literatura renacentista no nos ha dejado muestras de
este tema. Aparece de nuevo en el contexto barroco, en nuestro teatro clásico.
En la famosa obra de José Luis Calderón de la Barca titulada Amar armándose
un lío, escrita en 1647 (y más concretamente en el día de San Bonifacio,
que ese año cayó en jueves), el ventilador, obviamente un enser de alto precio,
aparece como símbolo claro de poder social. En la escena x de la jornada segunda dice el
personaje de Don Alfonso:
No hay objeto más valioso
que el ventilador en marcha
pues refresca, como escarcha,
el verano bochornoso
que es, por su calor, odioso.
Y por ello no hay señor
que tenga un poco de honor
y tenga un poco de hacienda
que no ponga en su vivienda
un bello ventilador.
El romántico Espronceda o Esprónceda (que de ambas maneras
suele decirse, aunque una de las dos está mal dicha) le da al tema que nos
ocupa un tratamiento más sensorial y hasta espeluznante, haciendo, al
describirlo, énfasis en el elemento de peligro que encierran sus aspas. El
siguiente pasaje es de su famoso poema Canto a Teresa y a una prima suya:
Maléfico instrumento
de angustia y de tormento
muy crudo y muy cruento
es el ventilador.
Si le pones delante
la mano, en un instante
te la deja sangrante.
¡Qué horror! ¡Qué horror! ¡Qué horror!
No sólo es un tema recurrente en nuestra poesía. La
plumbidez característica de los autores del 98 pasa también a describir este
artefacto en prosa poética. En su libro Meditaciones de Albacete, el
gran «Azorín» perpetra lo siguiente:
En el techo de la habitación
está el ventilador. Es grande. Tiene cuatro aspas. Gira en redondo y da un aire
fresco. Una de las aspas está algo rota. Como no tiene aceite, chirría mucho.
Si le das a la llave, se apaga y si le das otra vez, se enciende. Es el
ventilador.
Pero no todo ha de ser prosaico. También el ventilador es
equiparable
al cisne o al pavo real como símbolo poético. El inefable Rubén, en su poema Espumas,
brumas y plumas, lo menciona repetidas veces:
El ventilador que yo tengo instalado en mi cuarto
produce un rüido infernal, y no puedo dormir
desde hace tres días, y vengo ya estando tan harto
que de mi aposento me voy a tener que salir.
Si yo no consigo amainar el estruendo ruidoso
estoy convencido que voy prontamente a enfermar.
Aguzo mi mente y discurro un remedio ingenioso:
apago el invento y me pongo en seguida a sudar.
Antonio Machado, por último, se
muestra más filosófico, en su obra Cantares, decires, fantasías,
notas y otros cuadernos de apuntes:
¡Ay, ventilador que giras,
giras siempre, sin pensar
que en uno u otro momento
te van a desenchufar!
Todo en la vida da vueltas,
todo marcha, viene y va;
tú también das muchas vueltas
sin ir a ningún lugar.
¿Meditas, ventilador?
¿Qué es lo que pensando estás?
¿Piensas en lo inútil que es
el dar vueltas sin parar?
El mundo entero da vueltas
y no ha pensado jamás,
así que aplícate el cuento
y compórtate tú igual.
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