La palabra entró y se sentó, con rostro compungido.
—¿Que le sucede? Dígame —la alentó el vocablólogo.
Con dificultad, pues estaba haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas, la palabra habló:
—Mi dilema es que no sé bien quién soy, doctor. Tengo un grave problema de personalidad.
—¿Cómo es eso?
—Es que yo antes era otra cosa.
—Empecemos por el principio. ¿Cómo se llama usted?
—Chuchería —respondió la palabra.
—¿Y bien?
—¡Pues que y antes era una cosa pequeña, de poca importancia, pero curiosa y agradable de tener.
—Como una baratija.
—Exactamente. Baratija es mi prima.
—¿Y ahora no es lo que era?
—No, doctor. Ahora todos me usan para denominar a cosas de comer. A gominolas, conguitos y otro tipo de dulces. Incluso me faltan al respeto y me llaman con un diminutivo: «Chuches». ¡Y, como le digo, ya no sé quién soy!
—Entiendo —dijo, comprensivo el vocablólogo.
—Eso antes era terreno de Golosina. No sé por qué la cosa ha cambiado.
—¿Usted conocía a Golosina?
—Sí, pero hace mucho que no la veo.
—¿Eran amigas?
—Bastante. Nos criamos juntas.
El médico se puso serio.
—Entonces tengo una mala noticia que darle— dijo el vocablólogo. Hubo una pausa larga—. Golosina se suicidó hace unos meses. Lo sé con certeza porque también era paciente mía.
—¡Qué me dice!
—Lo siento, pero así es. Golosina ya no existe. Y lo más triste es que ya nadie se acuerda de ella.
Chuchería quedó visiblemente emocionada.
—¡Qué pena! Yo la quería mucho —dijo.
—Se mató cuando comprobó que todo el mundo la ignoraba y que usted la había sustituido.
—¿Yo soy la responsable de su muerte, entonces? —preguntó la palabra, con expresión de angustia.
—No. Usted no tiene la culpa, sino los que la utilizaron a usted de manera rastrera e inadecuada.
—¿Y qué puedo hacer?
—Tendrá que pasar una temporada en la clínica de Rehabilitación y Reciclamiento de la Edición Veinticuatro de la RAE.
—¿Será doloroso?
—Me temo que sí. Los implantes de nuevas acepciones siempre son duros y el postoperatorio es largo. Lo bueno es que por su calidad de palabra patrimonial se lo cubrirá su seguro. ¿Cuál tiene usted?
—Covarrubias.
—No hay problema. Su enfermedad es incurable, pero no mortal. Simplemente tendrá que cambiar su vida: no podrá seguir como hasta ahora, sino que tendrá que acostumbrarse a su nueva realidad. A todos nos pasa: es la vejez.
Y el vocablólogo acompañó a doña Chuchería hasta la puerta.
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