El comepecados

 


          Pese a todo el folklore internacional, que asegura que todos y cada uno de los pueblos de este mundo son mucho más hospitalarios que todos los demás, la verdad es que a la gente no le gusta tener que dar de comer gratis al primer gorrón que llegue a su puerta, ya sea un desconocido, un amigo o un pariente próximo.

          Por ello es destacable, por lo inusual, el oficio de comepecados, en donde una familia te invita a que vayas y te comas los pecados de sus muertos, porque de todas maneras ellos no los iban aprovechar.

          El nombre de esta ocupación varía de país en país y no nos extraña que en muchos se emplee como un insulto y que los profesionales del ramo se hayan buscado eufemismos biensonantes, como «expiador», «lavador de culpas», «sanador de auras» y otras cursiladas del mismo jaez.

          Se trata de un señor que, o bien no cree en el pecado, o bien cree, pero no le hace ascos, por lo que no tiene inconveniente en tomar sobre sí las culpas ajenas a cambio de una adecuada remuneración. Es el chivo expiatorio que menciona la tradición judía, sólo que cobrando.

          Este maloliente personaje desempeña una función mágica, pues mediante su rito espíritu-estomacal purifica el alma del finado y la deja más limpia que los chorros del oro. Esto no deja de ser un intento de colársela a la Altísimo, un timo contra el Supremo Hacedor, al que se toma por tonto y al que se le quiere hacer creer que el alma que se presenta ante su Divino Trono para ser juzgada por sus actos no cometió los pecados que sí cometió. Es un indulto social que no habla muy bien del sentido religioso de los que apoquinan la pasta para llevarlo a cabo.

          Sin embargo, y por lo que sabemos, o bien la Providencia Divina no se ha enterado del engaño o, lo que parece más probable, está al cabo de la calle de que se la intenta engañar, pero en su infinita compasión perdona a los que tratan de darle gato por liebre.

          Hoy en día el oficio no tiene muchos profesionales, a decir de las Páginas Amarillas, pero en el siglo xix fue muy habitual, sobre todo en algunos lugares de Inglaterra, Escocia y Gales (especialmente en Shropshire y Herfordshire), donde la gente era más crédula o tenía más necesidad de estos servicios porque pecaba más que en el continente. Los comepecados o sin-eaters han sido excelente material para folletines.

          Estos señores solían ser originariamente mendigos o personas mal vistas por las autoridades eclesiásticas locales (lo que abarcaba a muchísima gente) y muchos hicieron su febrero con esta ocupación. (Decimos «hicieron su febrero» en vez de «hicieron su agosto» porque era en el mes de febrero cuando la palmaban más señores y el negocio florecía.)

          Los familiares del muerto colocaban sobre el pecho del finado una hogaza de pan y un tazón de madera de arce con cerveza, que no solía estar fresquita. Tras unas oraciones específicas en que los alimentos absorbían los pecados, llegaba el expiador y los ingería alegremente, en medio del alivio de la parentela. A continuación, el autónomo pronunciaba una oración tan pueril como la siguiente:

          «Te doy alivio y descanso ahora, querido finado. No vengas más por nuestros caminos ni por nuestros prados, porque el susto que nos darías sería mayúsculo. Ve en paz adonde te toque ir. Como ves, por tu paz he puesto en peligro mi pobre alma a cambio de [aquí había que mencionar la cantidad pactada]. Ve en paz, te repito, y no camines después de muerto, pues de lo contrario tu familia se habría gastado el dinero en balde. Amén.»

          Luego se quemaba el recipiente de la cerveza para eliminar toda impureza, se pagaba al exorcista gástrico y sin perder un minuto se le sacaba a patadas del velatorio para que se fuera lo más rápido posible con los pecados que se había metido entre pecho y espalda.

 

 

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