Million Dollar Baby

 


 

¿Películas de deportes?

Por ejemplo: Million Dollar

Baby, en que salen Clint Eastwood,

Hillary Swank y hasta Morgan

Freeman. Va de boxeadoras

y, como ya es la costumbre,

en cuanto sale en la historia

una mujer que arrea fuerte,

la Academia le da un Oscar.

 

La «prota» de la película

es camarera por horas,

tiene nombre de pastilla

de caldo para la sopa

(la mujer se llama Maggie)

y es un rato soñadora.

Quiere ser profesional

y llegar a campeona

de los pesos pluma o wélter.

Para conseguirlo, ahorra,

nutriéndose en su garito

de los filetes que sobran,

reciclando las patatas

fritas, aguando la cola

y viviendo en una ca-

ravana sucia y pringosa,

porque cuando se le mete

alguna idea en la chola,

no para hasta conseguir

lo que pretende. No es broma.

 

Va al gimnasio cochambroso

de Frankie, porque este cobra

muy poco. Y ella pretende

—cual quien no quiere la cosa—

que él le enseñe y que la entrene.

Él responde: «¡Ni de coña!,

que yo llevo a un campeón

fuerte, cual de aquí Oklahoma,

por lo que no entreno a chicas,

incluso aunque estén buenorras».

Vamos, que se niega a hacerlo,

porque la Maggie no es moza

(tiene ya cuarenta tacos)

y las fuerzas no le sobran.

 

Pero el boxeador de Frankie

es una mala persona:

no agradece que le haya

representado hasta ahora

y en vísperas del mayor

combate, va y le abandona.

 

A falta de algo mejor,

como la otra le llora,

Frankie decide enseñarle

la práctica y la teórica.

Ella empieza a ganar títulos

y enseguida ambos se forran.

 

Viendo el éxito, decide

Frankie enfrentarle a «la Osa»,

púgila que —si le place—

te deja la nariz rota,

un ojo a la funerala

y los dientes en la lona.

 

Comienza al fin el combate

con una ración de tortas

y cuando Maggie se piensa

que va a ser la triunfadora,

la otra tipeja le atiza

un cate con mala sombra,

pues Maggie se cae de lado

y se da en la cocorota

con un banquito, quedándose

tetrapléjica y marmórea.

Pierde el combate y las piernas,

y está con respiradora

automática, pasándose

veinte semanas en coma.

El film te hace llorar más

que si peleases cebollas.

Así es que, si van a verlo,

llévense ustedes la mopa.

 

La visita su familia

con la intención insidiosa

de que firme unos papeles,

dando hasta el último dólar.

Aunque Maggie está impedida,

no es cretina ni es idiota

y, haciendo un tremendo esfuerzo,

manda a todos a la porra.

 

Y por si el público había

vertido muy pocas gotas,

hay otro episodio triste

de angustia, miedo y zozobra,

porque la feroz gangrena

le pone una pierna pocha.

Se la tienen que cortar,

porque, en realidad, le sobra.

 

Se acerca ya el final trágico

de esta «peli» tan famosa

y Maggie le pide a Frankie

que la mate por la posta

sin que se enteren los médicos,

que a ellos ¿qué les importa?

Frankie duda, no se atreve

y va a ver al padre Horvac,

su consejero, quien dice

que es acción pecaminosa,

que ¡de ninguna manera!

Frankie hace la cosa lógica:

pasa del cura, va a ver

a Maggie y la desenchofa.

(Si pongo ‘la desenchufa’,

la rima es defectuosa,

por lo que tengo que cam-

biar una letra por otra).

 

Y ya no hay más que contar,

lector, así que ¡hasta otra!


 

 


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