El coro corito

 


 

(FÓRMULA DE ÉXITO SEGURO PARA CORALES POLIFÓNICAS)

 

          Esta martingala de mi invención puede catapultar a cualquier agrupación coral (e incluso a una orquesta sinfónica o a una tuna) a las más altas cumbres de la gloria al tiempo que proporciona diversión inagotable a sus integrantes.

          Me estoy refiriendo a la sensatísima propuesta de que los miembros de la susodicha agrupación actúen siempre ataviados con el traje de Adán (y el de Eva, ¡claro está!). «Voces al desnudo» o «El coro corito» podrían ser unos buenos nombres para cualquier espectáculo musical espectáculo.

          Ya oigo a los puritanos protestando y clamando en pro de la decencia. Lo esperaba. Pero si me prestan atención verán las eficacísimas ventajas de mi plan. Enumeraré sólo unas cuantas, aunque se me ocurren por docenas.

 

Fama

Obviamente nadie que les hubiera visto una vez se olvidaría de ellos. No les confundirían nunca con otras corales. Saldrían en los informativos de todas las televisiones siempre que cantaran en cualquier sitio. Podrían saltar, si no al estrellato, sí al menos al profesionalato (¿se dice así?), codearse con los grandes y, algún día, ganar en Eurovisión. La fama les conduciría derechitos a la opulencia.

 

Dinero

Porque aunque no cantaran bien, las empresas de espectáculos se los rifarían, ya que el mercado del morbo genera mucho ingresos y un Ave verum in cuéribus atraería indudablemente a mucha gente. Se harían ricos y estarían siempre haciendo giras y divirtiéndose de lo lindo.

 

Viajes

Los integrantes de la coral podrían todos abandonar sus asquerosos empleos y dedicarse a cantar y a ver mundo, aunque me temo que no todo, pues en algunos países no les dejarían entrar.

 

Diversión

Cantando desnudos, seguro que los artistas siempre se echarían unas risas, por uno u otro motivo. La madre naturaleza es pródiga en variedad y, ayudada por la amplia gama combinatoria de la estética y la cosmética, siempre les proporcionaría algún detalle nuevo en el que fijarse y comentar. Así es que desterrarían para siempre el aburrimiento de sus existencias.

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          Éstas son, grosso modo, las principales ventajas de mi genial ocurrencia. Pero hay muchas más, que ayudarían a limar esos pequeños roces y las frustraciones que hacen que incluso los grupos musicales de más éxito se separen, por estar sus miembros más que hartos los unos de los otros. A saber:

          Los directores se suelen quejar de que los coristas mantienen la vista fija en la partitura y que no les miran lo bastante. Bien. Si los directores cuidaran un poco su cuerpo mediante visitas continuadas al gimnasio, al dirigir el coro desnudo, todos le estarían mirando continuamente, sobre todo las sopranos, las contraltos y también algún otro de alguna otra cuerda, con lo cual no tendría motivos para quejarse de la falta de atención. (Ni de la del público, mediante el procedimiento de pintarse en la espalda los títulos de las canciones a interpretar.)

          Extendiendo la política nudista a los ensayos, el problema de la asistencia irregular también se solucionaría por sí sólo. Creo que los coristas no faltarían nunca, aunque sólo fuera por la curiosidad de ver si el coro había aceptado a algún nuevo integrante y, de ser así, qué aspecto tenía el tal novato o novata.

          Otra ventaja añadida sería que no les dejarían cantar en bodas, etc., con lo que se librarían de interpretar el Hallelujah de Haendel, lo cual no es poco.

          Las dudas siempre existentes sobre la virilidad de los tenores quedarían también disipadas, ante la contemplación de sus aditamentos naturales. Es más: algún bajo de esos que siempre están haciendo chistes a costa de los demás tendría que cerrar la boca para siempre.

          Luego están las sopranos, que siempre se pegan por estar en la primera fila durante las actuaciones. Eso habría que regularlo, pero siempre redundaría en beneficio de todos. Para dar una buena impresión al auditorio, habría que elegir a las frontales según su grado de «buenez». Incitadas por este afán de ser la elegida, las coristas cuidarían aún más sus cuerpos, realzando su belleza, para deleite de todos sus compañeros.

          Los hombres, por su parte, sabiendo que iban a ser objeto del más meticuloso de los escrutinios, también harían por mejorar su apariencia y por sistematizar su higiene (una asignatura pendiente en muchos orfeones). Y ello mejoraría sus hábitos, aumentaría su disciplina, reforzaría su fuerza de voluntad y les ayudaría, en general, a crecer como personas (aparte de que durante las actuaciones crecieran otras cosas).

          La continua queja de los coristas de que cantan muy apretados dejaría seguramente de oírse. Para combatir el frío, seguro que no les importaría que las filas estuvieran en estrechos escalones contiguos.

          Para evitar pudores frustrantes para el público, al entrar en los escenarios tendrían que llevar la carpeta de las partituras sobre la cabeza o en algún otro lugar que no perjudicara la correcta visibilidad.

          Y, por último, el público no notaría los desafinados, porque estaría pendiente de otros aspectos de la actuación. Es más, podrían establecer una estrategia corporal para distraer su atención cuando el director se lo indicase y disimular así posibles fallos vocálicos o rítmicos. Qué estrategia corporal sería la más adecuada es algo que sólo sabrían después de hacer varios experimentos en directo y observar las reacciones del público.

 

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