Reseña de Tenía que decirlo, de Pepe Pelayo

 


 

Pepe Pelayo: Tenía que decirlo, Humor Sapiens, Santiago de Chile, 2024, 200 págs.

 

           Lo que Pepe Pelayo tenga que decir sobre cualquier tema aquí o en otros lugares de las galaxias conocidas es siempre motivo de gran interés, así es que hace mal en elegir un título tan justificativo para su libro, con el que parece que se disculpa. ¡Claro que tenía que decirlo! ¡Y hace muy bien diciéndolo! Lo que los hombres sabios piensan y las conclusiones a las que llegan son cosas que no se deben callar, sino que existe la obligación ineludible de compartirlas con el resto de los mortales para ilustrarles y ayudarles a aprobar esa asignatura tan difícil que es la vida.

          Hay otras razones. Como dijo el gran Juvenal: «Es difícil no escribir sátiras». Ya entonces en su tiempo el mundo era asqueroso y la realidad daba a los sensatos enormes ganas de protestar y despotricar. Mucho más hoy en día. Así es que entendemos perfectamente este desahogo con el que el autor ha tenido a bien regalarse, porque su nivel humano y literario se lo permiten de sobra.

          Pelayo es un gran bufón y empleo esta palabra como uno de los mayores elogios que conozco, porque dedicar tu esfuerzo a divertir a los demás —como él ha venido haciendo durante tantos y tantos años— es una de las labores más meritorias que pueden realizarse en el tercer planeta, entrando a la derecha. Y privilegio de los bufones es poder decir siempre la verdad, esa verdad que otros supuestamente más arriba en la escala humana y más cercanos al poder no se atreven a decir y muchas veces ni siquiera se plantean decir. Pelayo ha escrito este libro muy en serio y como una recopilación de opiniones propias. Yo lo veo y lo considero como una recopilación de verdades aplicables a todos.

          Unos cincuenta temas del máximo calado integran este volumen y sobre cada uno de ellos Pelayo ahonda, proporcionándonos claves para mejor entenderlos. Son en su mayoría lacras sociales, de esas tan perniciosas y que no hemos sabido remediar en los últimos treinta o cuarenta siglos (no hablo de antes, porque en aquella época yo era muy pequeñito y no lo recuerdo bien). El autor, extremamente consciente de la importancia de estos males, explica las causas con su personalísima interpretación y sugiere remedios eficaces para muchos de ellos, por más que yo sea un tanto pesimista y crea que la naturaleza humana misma nos impedirá aplicarlos, porque nada gusta tanto a la gente como ver sufrir al vecino y nadie parece angustiarse o preocuparse por una docena de guerras más o menos, mientras estas guerras no mermen su comodidad.

          Son los problemas eternos del hombre, que hacen reaccionar a las personas sensibles e inteligentes: el nacionalismo, las dictaduras, el terrorismo, la violencia, la migración, el racismo, la superstición, el bibliocausto, los odiadores, los pedófilos, la intolerancia, la prostitución, las fake news, las drogas, la ignorancia y muchos otros (no es cuestión de dar el índice completo). Cuestiones todas ellas que son causa de debate, de polémica y hasta de enfrentamiento, pero que también generan reflexión, que es la única herramienta de la que disponemos para ir acabando con estos defectos de nuestro entorno.

          A pesar de la seriedad del contenido, Pepe Pelayo es maestro de la palabra y sin tener que recurrir a su querido humor sabe cautivarnos con su prosa y su estilo. Ya coincidamos con sus opiniones o no lo hagamos, la lectura de su prosa es un placer intelectual del que no deberíamos privarnos.

          Y, finalmente, en estos tiempos de tiquismiquismo —permítaseme el neologismo—, de corrección política extrema, de mojigata censura y de cobarde autocensura, tiene mucho más valor que nunca el hecho de que alguien dé su parecer con honestidad e intensidad sobre los malos tiempos en los que le ha tocado vivir. Pelayo lo ha hecho. ¡Bien por él!

 

 

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