El gato con botas

 


 

          Hay historias altamente inmorales, indecentes y hasta disolventes que nos hacen preguntarnos en qué mundo estamos y hasta si merece la pena vivir en él. El perráulico cuento de El gato con botas es un buen ejemplo de ello, como iremos demostrando mediante el uso de esos utilísimos signos ortográficos que se llaman paréntesis y que permiten ir criticando sobre la marcha y con una voz distinta todo aquello que se cuenta.

          Empecemos nuestra deconstrucción moral.

          Le Maître Chat ou le Chat botté es el título francés de un cuento que Charles Perrault recopiló (no era invención propia, sino que lo cogió del acervo popular y se embolsó él los dineros, como si hubiera sido suyo). El autor dedicó su publicación a la sobrina de Luis XIV (haciendo que la literatura se rebajase servilmente a servir de halago a la nobleza).

          Ha sido un cuento muy popular desde entonces (y como es inmoral, como pretendemos demostrar, el hecho implica que a los lectores les encanta todo lo que sea estafar al vecino). Se han hecho de él innumerables adaptaciones a todo tipo de géneros (pues a los «creadores» les sale más a cuenta usar un tema preexistente que tomarse el trabajo de pensar ellos uno nuevo).

          Un molinero lega a su hijo pequeño nada más que un gato (lo que equivale prácticamente a desheredarle injustamente) y, para que el hijo no se enfade, le asegura que el gato vale su peso en oro (lo que, obviamente, es una trola dicha para quitarse de responsabilidades). El chico decide comérselo (pues no tiene ni sensibilidad ni pizca de compasión por los seres vivos).

          El gato le convence enseguida de que no lo haga (pues el chico no tiene personalidad y se deja convencer y llevar de las narices por cualquiera que le diga lo que tiene que hacer), asegurándole que le ayudará a prosperar y a ser rico. El muchacho (que es avaricioso y desea obtener muchas riquezas sin merecérselas y sin trabajar en absoluto) accede a darle al gato una oportunidad.

          El minino se agencia unas botas para parecer importante (pues la gente es tonta y juzga a los seres no según su verdadera valía, sino según su vestimenta) y mata un conejo (ya que él tampoco tiene mucha compasión de los otros animalitos) para ofrecérselo al rey y así ganarse su favor (pues el soborno y el halago son conductas que siempre funcionan). Esto se repite durante algunos meses.

          El rey y la princesa disfrutan de estos regalos sin preocuparse de su origen (pues hay gente que tiene excesiva buena opinión de sí misma y se dice aquello de «Porque yo lo valgo», creyéndose con derecho a que los demás les traten bien, aunque ellos no lo hagan a la recíproca).

          El plan del gato consiste en que su «amo» dé un espectacular braguetazo (una de la formas tradicionales y aceptadas de ascender socialmente) casándose con la princesa (a la que no tiene reparo en engañar, organizándole un matrimonio con alguien a quien ni siquiera conoce). Para ello, una mañana en que el rey y su hija están de paseo junto a un río (porque, como es bien sabido, los reyes que no trabajan ni los días laborables y tienen mucho tiempo libre), hace que su amo se quite la ropa, se meta en el río y finja ahogarse (para aprovecharse del lógico interés de la princesa al contemplar las desnudeces del hijo del molinero). El embotado gato dice al rey que su amo es el marqués de Carabás (gran mentira en el propio provecho que hace muy felices a los lectores) y que le han robado las ropas. El monarca se lo cree (y aquí la inmoralidad estriba en que se pueda dejar a un imbécil regir un reino).

          El improvisado noble sube a la carroza real para seguir el paseo y el gato se adelanta y hace (mediante el procedimiento de coaccionar y amenazar) que los campesinos del lugar digan que esas tierras pertenecen en su totalidad al marqués. No solo eso, sino que se encuentra con un castillo que pertenece a un ogro y, mediante otras diversas acciones (engañifas, pues no tiene escrúpulos) que sería muy prolijo relatar, se lo apropia asimismo, para seguir impresionando al soberano con unas riquezas inexistentes.

Hasta este momento el rey no sabía si existía un marquesado de Carabás limítrofe con su reino (ya que ser monarca no impide que seas ignorante), pero ante estas pobre evidencias, comienza a pensar que sí. Convencido ya de que el tal marqués es muy rico, el rey (tan avaricioso como el joven) decide que puede ser un buen partido para su hija (porque no entra en sus planes machistas y paternos preguntarle a ella qué opina del asunto).

Tienen lugar unas bodas esplendorosas (pagadas con los impuestos de un pueblo bastante pobre al que los recaudadores esquilman) y la princesa se enamora del embaucador (lo que es una suerte, porque de otro modo habría tenido que casarse a la fuerza). El fraude no se descubre nunca (porque no hay justicia en este mundo y los malos siempre acaban triunfando) y los embustes del gato obtienen como recompensa que el rey le nombre ministro consejero (pues los cargos políticos no se les dan a los más capaces, sino a los que mienten mejor).

El final del cuento satisface a todos los lectores (a los que les parece muy bien que se adquieran la riqueza y el poder con engaños) y cientos de miles de padres se lo cuentan a sus hijos (transmitiéndoles así el ejemplo para la vida de que se puede prosperar sin trabajar en absoluto y a base de mentiras, y que hacerlo no solo esta básicamente bien, sino que es además la manera óptima de utilizar la inteligencia).

 

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