Supalayat

 


Una reina de mucho cuidado fue Supalayat de Birmania, quien en el año 1879 armó una gorda.

Estaba recientemente casada con su hermano, el rey Thibaw, tan canijo como ella a juzgar por las fotografías que nos han llegado (por paquete postal). Pero el problema es que el hombre no era nada popular y se temía (con razón) que algún pariente suyo le asesinara en cualquier momento para ocupar su trono.

Supalayat decidió madrugar y arrear ella primero. La dificultad estribaba en que en la familia real había casi un centenar de miembros (que comían todos la sopa boba a costa del contribuyente, como era habitual en esa familia real y nos imaginamos que en otras también). No podía saberse quién o quiénes eran los que iban a planear un complot para hacer que Thibaw pasase a peor vida (porque la que se daba era, sin duda, mucho mejor que cualquier otra en la que pudiera pensarse). Así es que decidió matarlos a todos.

No tuvo mayores dificultades para encontrar asesinos dispuestos a trabajar en horario de noche, que era el momento más adecuado. Se trataba de criminales contratables que mataban a mazazos. Eran caros, pero te daban garantías y, al irse, te recogían todos los residuos y despojos y te lo dejaban todo tan limpio como antes de empezar, lo que resultaba muy conveniente.

La reina Supalayat organizó una macrofiesta de veinticuatro horas e invitó a todos los parientes de su esposo, por lejanos que fueran, incluyendo a esos primos tontos que nunca faltan en ninguna familia. Les dio profusamente de comer y beber todo tipo de exquisiteces.

Había contratado a una compañía de teatro popular, para que representase ante ellos por la noche en el salón del banquete. Iban a poner en escena una pieza con números musicales intercalados en la acción: una zarzuela asiática, vamos. La reina les había dicho a los actores que en la familia real había muchos sordos y que tenían que interpretar y cantar muy fuerte para que pudieran oírlos. Y había hecho lo mismo con los músicos y prometido a todos una gratificación, aparte del sueldo, que sería más generosa cuanto mayores fueran sus gritos.

Al atardecer comenzó el espectáculo. Los cantantes empezaron a desgañitarse mientras que los que tocaban los tambores se dejaban la vida aporreando sus instrumentos. El ensordecedor ruido asustó a todos los habitantes de la capital, que los escuchaban desde la distancia. Mientras tenía lugar la representación, los asesinos autónomos mataron a mazazos a más de cien familiares del rey Thibaw. El estruendo de la comedia enmascaró los gritos de los asesinados y nadie sospechó que estuviera pasando nada especial.

Los cadáveres fueron arrojados a una enorme fosa común y unos elefantes los pisotearon para que cupieran en ella y quedaran bien aplanaditos. Se cubrió con tierra la fosa y a otra cosa, mariposa.

Claro que los jardines de palacio olieron a rayos durante un lustro entero, pero alguna pega tenía que tener la cosa, ¿no les parece?

 

 

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