Hans Küng

 


Hans Küng es un sacerdote suizo que durante el Concilio Vaticano II perdió la fe y un reloj de pulsera al que tenía en mucha estima, porque era un regalo de un tío suyo muy querido.

          Decidió apostatar, pero como eso era infinitamente complicado, conllevaba mucha burocracia y no se tenía ninguna seguridad de éxito final, siguiendo el precepto de «si no los puedes combatir, únete a ellos», se hizo teólogo y quintacolumnista, combatiendo desde dentro algunas de las incoherencias del dogma.

          Para iniciar su labor apostólico-teórica, se enfrentó cara a cara con la noción de pecado y, para ir cogiendo práctica, comenzó por uno facilito: la gula.

          Veamos sus progresos.

          Este pecado, aunque parezca menor, es grave, porque el Dante colocó a los gulosos en uno de los círculos más profundos del infierno. Y el Dante, en materia de pecados, sabía muy bien lo que se hacía y era un experto indiscutido en su momento. Y aún hoy, si alguien ha conseguido leer la Divina comedia, coincidirá en que el Dante sabía ayudar a la Divina Providencia a castigar bien castigados a los pecadores, porque su lectura es un verdadero suplicio.

 

Inciso con disquisición lingüística.

Para usar la terminología de Küng hemos escrito ‘gulosos’, pero no sabemos si el término es correcto. En castellano tenemos el útil vocablo ‘goloso’, pero que sólo se aplica a los que pecan comiendo dulces. Si pecas comiendo bacalao, boquerones o pipas de girasol la palabra no se puede aplicar. Así es que habría que inventar una nueva voz para las tentaciones de saladitos.

 

          Siguiendo con la exposición küngica, podría decirse que el término ‘gula’ viene del latín ‘gula’. También podría no decirse, porque es una información que no nos aporta demasiado. ¿Y qué significaba ‘gula’ en latín? Pues aproximadamente lo mismo que significa en castellano, así es que la etimología no nos aclara gran cosa. Pero los diccionarios la definen como «apetito desordenado de comer o beber», de donde se deduce que si el apetito es ordenado, entonces no es gula y, por ende, no hay pecado. Entonces, si abrimos la nevera y nos atiborramos de lo primero que vemos, es gula pecaminosa. Pero si tenemos los alimentos ordenados —dice Küng—, bien sea porque los tengamos colocados por orden alfabético en la nevera o porque comamos un producto cada día de la semana, entonces es apetito ordenado y la Iglesia lo permite.

          Otra puntualización que hace Küng en su libro Stiftung Weltethos (que podría traducirse por... bueno, mejor lo dejamos sin traducir, para no pillarnos los dedos) es que la gula es un pecado algo vago (en el sentido de «impreciso», no de «perezoso»). Porque ¿en qué galleta de las que vamos ingiriendo empieza el vicio y en cuál acaba la natural necesidad de saciar el hambre? Podríamos decir, a la manera de los puritanos, que si se obtiene placer de la comida, el pecado es obvio. Así, comerse un solomillo bien hecho o unos huevos fritos con chorizo sería obviamente pecado, pero si nos comiéramos una boina usada o el sillín de una bicicleta seguiríamos contándonos entre los puros y ganándonos el cielo a pulso.

          El teólogo insiste en que no es pecado comer lo que alimenta, pero sí lo que no alimenta, por lo que los «doritos» y los «conguitos» nos acercan más al infierno que los macarrones con tomate.

          Este asunto nos hace preguntarnos más cosas y plantearnos problemas de conciencia, sobre los que el suizo se hace el sueco.

          ¿Es pecado comerse las sobras del día anterior, especialmente si tales sobras ya no están en buen estado?

          ¿Es más pecado comerse una paella que una fideuá?

          ¿Qué pasaría con alguien que ingiriese únicamente conservantes, colorantes y E-102?

          ¿Nos condenaríamos por comer tocino de cielo, huesos de santo, suspiros de monja o cabello de ángel?

          ¿Y si vas a un restaurante, pides mil manjares, te regodeas mirándolos, los pagas y no te los comes? ¿Es pecado eso?

          ¿Serían los cólicos y los cortes de digestión una advertencia a los elegidos de la desaprobación de Dios?

          La respuesta es: nosotros no lo sabemos ni Küng tampoco tiene la menor idea. Es un misterio divino.

          Este escrito, como ven, no va a ninguna parte ni llega a ninguna conclusión. Pero eso es lo propio, pues no se olviden de que es teología.

 

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