Grigori Potemkin


Potemkin, ese señor con nombre de barco acorazado que fuera primer ministro de Catalina II «la Grande» en el siglo xviii (más o menos en la época de El gato con botas, para que se hagan una idea), hizo una gestión nefasta de los recursos del país y sumió a Rusia en la más extrema miseria.

Para evitar que la reina le enviara a Siberia de vacaciones (o simplemente le mandara ejecutar para así ahorrarse el coste del viaje), Potemkin mintió como un jugador de mus y sostuvo siempre aquello de «Rusia va bien».

Catalina, tranquilizada a este respecto, se hizo hacer un montón de trajes nuevos. Cuando murió y se vaciaron sus armarios, se encontraron 15.000 modelitos, porque solía mudarse dos o tres veces en una noche o incluso más, si los camareros imperiales eran torpes y le tiraban el ponche encima del vestido.

En 1787, la reina quiso ir de paseo por varias provincias rusas. Para impedir que la soberana viera el misérrimo estado de la nación y lo famélicos que estaban sus habitantes, el sinvergüenza de Potemkin mandó construir fachadas de mentira que taparon las ruinosas casas en las calles principales de los pueblos por donde tenía que pasar la comitiva imperial. Hizo limpiar la mugre de los edificios que no pudo tapar.

Y en cuanto a la gente, mandó detener a todos los flacos y los mantuvo lejos del camino fijado. Vistió a los campesinos más gordos que encontró con ropas nuevas pagadas con dinero del Tesoro y les obligó a sonreír y dar vivas al paso de la emperatriz, so pena de muerte.

Catalina no se enteró de la superchería y afirmó siempre haber visto con sus propios ojos la prosperidad de su reino y el amor que le profesaba su pueblo.

Condecoró a Potemkin por sus destacados servicios y le colmó de honores y riquezas (de las pocas que quedaban).

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